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Actualizado: 2 de junio de 2025
Golpeó con el palillo el parche lentamente para dar una tétrica gravedad a su canto monótono, soñoliento y triste. «¡Cómo queréis, amigos, que cante, si tengo el corazón destrozado!...» Y a continuación un gorjeo estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del general silencio.
¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin enfermedad?... ¿Señor Golfín, qué es esto? ¿Lo sé yo acaso? ¿No es usted médico? De los ojos, no de las pasiones. ¡De las pasiones! exclamó hablando con la moribunda . Y a ti, pobre criatura, ¿qué pasiones te matan? Pregúntelo usted a su futuro esposo. Florentina se quedó absorta, estupefacta.
Estaba moribunda, su vida pendía de un hilo, y ese hilo ella podía cortarlo con completa irresponsabilidad... ¿Matarla? no: no más que adelantarle un poco la hora de la muerte, y la impunidad sería absoluta, nadie había de saberlo. Con decir que sobrevino la agitación prevista por el doctor y que le dio el segundo medicamento...
El señor de Villanera conocía a lo mejor de París y al viejo duque no le molestaba resucitar públicamente como millonario. Las tres cuartas partes de los invitados fueron exactos a la cita; a pesar de la discreción de los invitados, el público adivinaba cierta anormalidad. En todo caso, no deja de ser algo raro y curioso la boda de una moribunda.
Mi tío se acercó temblando, remiso y casi arrastrado por el deber... al aproximarse retrocedió: la moribunda presentaba un aspecto terrible: la fisonomía estaba amoratada; la respiración era difícil y cavernosa. ¡El sacerdote! exclamaron algunos de los circunstantes mientras los médicos abandonaban la habitación.
Era un médico presuntuoso y exclusivista, un hombre engreído que hasta entonces había combatido al doctor Avrigny y pasaba por ser gran detractor suyo. Aquel hombre, con amistosa y respetuosa expresión le dijo: » Yo también tengo a mi madre moribunda como usted tiene a su hija. También yo, como usted, he hecho cuanto era posible hacer para devolverle la salud.
Las mujeres defendían allí las últimas trincheras. Poco tiempo antes del día en que De Pas meditaba así, varias ciudadanas del barrio de obreros habían querido matar a pedradas a un forastero que se titulaba pastor protestante; pero estos excesos, estos paroxismos de la fe moribunda más entristecían que animaban al Magistral.
A este contacto repentino, la querida niña se estremeció; inclinó su joven frente sobre la almohada fúnebre y murmuró sonrojándose, algunas palabras al oído de la moribunda. Yo no hallé expresiones; volví á caer de rodillas y oré á Dios. Habíanse pasado algunos minutos en medio de un silencio solemne, cuando Margarita retiró repentinamente su mano haciendo un gesto de alarma.
Sola en casa con su padre, apenas este salía, ella le imitaba por no quedarse metida entre cuatro paredes: vaya, y que no eran tan alegres para que nadie se embelesase mirándolas. La cocina, oscura y angosta, parecía una espelunca, y encima del fogón relucían siniestramente las últimas brasas de la moribunda hoguera.
«¿Pero esto es embriaguez... o qué?...» preguntó la atribulada hija. Y al oírlo D. José se reanimó de súbito, como la llama moribunda que se revuelca en las tinieblas; echó su espíritu un resplandor de vida, y moviendo la lengua, no menos pesada que la de una campana, dijo pausadamente estas palabras: «La hurí ha bajado a los infiernos, y yo voy... en busca suya».
Palabra del Dia
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