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Actualizado: 2 de junio de 2025
Honda tristeza se apoderaba de mi espíritu, y lento, retrasado, perezoso, volvía yo al colegio, entregado a la subyugadora melancolía que despierta en los jóvenes el espectáculo siempre nuevo de la tarde moribunda, de la llegada de la noche.
Dando una mirada al espejo, contemplamos la moribunda llama de los carbones medio extinguidos, los pálidos rayos de la luna en el pavimento, y una reproducción de toda la luz y sombra del cuadro, que nos aleja más de lo real y nos acerca más á lo imaginario.
Hizo luego mil proyectos, todos grandiosos y humanitarios, como socorrer pobres, vestir desnudos y consolar afligidos y menesterosos; y desde esta región de la beneficencia se precipitó a escape hacia los ensueños del lujo, en un carro triunfal tirado por atrevidos pensamientos, corriendo por entre nubes de supuestas delicias, hasta que fue a caer sin aliento, fatigada y moribunda en el abismo de rosas de un sueño dulce.
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, ó hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.
Es la Briffarde. La moribunda pasea por nosotros la espantada interrogación de sus ojos y los fija después en Elena, a la que mira un rato sin decir palabra, ya porque al pronto no la ha conocido, ya porque necesitase reunir sus fuerzas para hablar. Ya está usted ahí dijo en voz baja y bronca. Creí que no vendría usted. Lo había prometido.
Flores gigantescas dan vueltas, como las imágenes luminosas del sueño calenturiento; y torres fabricadas con arena de estrellas destácanse imponentes, hasta que un soplo las destruye, cual si fueran ilusiones, y todo queda más obscuro que antes. Una ráfaga luminosa flota en el negro espacio, última chispa de la pólvora moribunda, que sonríe al espirar.
Sus esfuerzos por despertar la conciencia de la moribunda, por conmover su corazón e inspirarle mejores sentimientos, me parecían a la vez crueles y patéticos. ¿Para qué perturbar a aquella miserable bestia humana en su lucha suprema contra la disgregación? ¿Para qué exponerse a hacerla ver el negro abismo en el que estaba ya medio caída? Me aproximé a Elena y traté de llevármela.
Volviose hacia él la moribunda y le dijo con su voz más cariñosa: ¿Qué podría decirte, padre mío, a ti que, desde hace dos meses, dices y haces cosas tan sublimes; a ti, que de un modo tan admirable has sabido prepararme para no quedar vislumbrada ante la bondad celeste; a ti, cuyo amor es tan magnánimo que no has sentido los celos, o, lo que tiene aún más mérito, has logrado aparentar no sentirlos?
Don Diego y Gastón de Vitré se asemejaban en su dolor. Se hubiera dicho que eran dos hermanos de la moribunda. El uno y el otro vivían apartados de los demás y se pasaban el día sentados bajo un árbol o sobre la arena, sumidos en un estupor mudo y sin lágrimas. Si el conde hubiese tenido lugar de ser celoso, lo habría estado de la desesperación del joven.
Le refirió además el deseo de su madre moribunda y que ella nunca había dejado de cumplirle.
Palabra del Dia
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