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Quedose sola Fortunata con la chiquilla; pero no pudo vigilarla, porque toda la tarde estuvieron entrando visitas. Primero fue doña Casta Moreno, viuda de Samaniego, con sus hijas, dos jóvenes muy bien educadas o que se lo creían ellas.

Acababa de entrar en el locutorio una monja como de veintiseis á veintiocho años muy morena, con un moreno impuro; casi sin cejas, con los ojos pequeños, redondos y grises, desmesuradamente larga la boca, los pómulos salientes y todas estas partes componiendo un semblante cuadrado, un conjunto desapacible, hostil, antipático; añádase á esto el hábito, la toca cerrada, el velo y la expresión monjuna, bajo la cual se encubría mal la soberbia, y se comprenderá que la madre Misericordia tenía un nombre enteramente contrario á su aspecto, eminentemente antitético con ella misma.

Algunos bebían el vino espumoso como si fuese agua del río. Esto es caro en Europa decía un ruso de pelo largo y grasiento ; pero aquí, ¡con la diferencia del cambio!... Moreno, hombre de orden, consideraba con inquietud la sed creciente de los invitados.

Un poquitito... pero con usted siempre contento. ¿Quiere usted volver a bajar? ¿Otra vez? , para volver a subir... Como si quisiera usted ir al cuarto piso. No me lo perdonaría, si usted me acompañaba, fatigándose tanto. Entraron, y Jacinta se metió en el cuarto de la santa. Moreno fuese al suyo y se dejó caer en el sofá, echándose el sombrero para atrás.

Si quiere de lo mío... respondió la muchacha sonriendo. Bueno; a ver ese pan tuyo. Se fué a la cocina. La criada levantó la tapa de la masera, y don Mateo sacó un medio pan de centeno, bastante negro. Este pan moreno en otro tiempo no me disgustaba dijo cortando un pedazo. ¡Viva la gente morena! añadió paseando por la boca un bocado de miga, pues con la corteza hacía años que no se atrevía.

Me vi en la precisión de contribuir con un óbolo de dos pesetas, lo cual me llenó de indignación, no tanto por las dos pesetas cuanto por lo indecoroso del acto. Pero en aquellos días había llegado el duque de Malagón, novio oficial de Isabel, y a esta le gustaba exhibirlo en la tertulia. Era un jovencito de veinte a veintidós años, delgado, moreno, completamente insignificante.

¡Déjese de macanas, ché!... ¿Por qué voy á mezclarme en esos entreveros de las gentes del campamento, cuando todos son amigos míos? Además, ya estoy viejo para meterme en tales cosas y no quiero hacer un papelón. Insistió Moreno, y durante algunos minutos discutieron los dos hombres. Al fin don Carlos pareció ablandarse seducido por el misterio que creía entrever en este duelo inesperado.

Tal vez ha ido á Fuerte Sarmiento con don Moreno para el entierro de mi pobrecito patrón. Al quedar sola, Elena empezó á preocuparse de su esposo, personaje olvidado que parecía resurgir con nueva importancia. Estaba acostumbrada á considerarlo como un ser falto de voluntad, pronto á aceptar todas sus ideas y creyendo lo que ella quisiera hacerle creer.

Su blanca barbilla de chivo viejo estremecíase de entusiasmo al acariciar aquellas gargantas vírgenes que, según él, le pertenecían. «¡Todo por el arte!» Y esta divisa de su vida le hacía simpático al doctor Moreno. Ese Boldini quiere a mi Leonora como a una hija decía el médico cada vez que el maestro elogiaba la belleza y el talento de su discípula, profetizándola triunfos inmensos.

Pues si quieren pasar por V..., adonde voy, tendrán compañía y menos polvo. Aceptaron la oferta. Tomaron la vereda que a aquel pueblo conducía, y Moreno y Sánchez, que no perdían la ocasión de enriquecer su cuaderno de notas con las observaciones antropológicas que podían recoger, le abrumaron instantáneamente a preguntas. El caminante les respondía de buen grado.