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Actualizado: 29 de julio de 2025
Distaba mucho de ser hermoso ni gallardo: era hombre de unos treinta y cinco años, seco, moreno, los pies grandes y juanetudos y la dentadura muy fea; pero había logrado pasar plaza en seguida de chistoso. Jamás hablaba en serio a sus devotas amigas. Bromita va, bromita viene, un requiebro a ésta, una chufleta a la otra, sin acortarse nunca por estar en medio de un corro numeroso.
Mejor harías de decirme qué te pareció aquel joven moreno que estaba ayer en el rosario al lado de la señorita de Sarcicourt. Un joven moreno... en el rosario... al lado de la señorita de Sarcicourt... No le reparé. Sí, sí, recuerda bien... ¡Dios mío! otro pretendiente... ¿Por qué no?
Era moreno, de aspecto jovial y atrevido, con la cabeza puntiaguda, la mandíbula cuadrada y unas orejas prominentes. Llevaba siempre en su mano derecha un bastón, con el que pegaba á sus hermanos. A la hora de las comidas se apoderaba de las porciones de los otros, amenazándoles si protestaban.
Yo la he considerado siempre una pájara de cuenta, pero aquí se miente mucho... mucho; se le levanta un mal testimonio al mismo verbo divino; y no será tanto como dicen... ¡Si fuese uno a hacer caso! ¿No era el pobre don Ramón el más grande hombre de esta tierra? ¿Y qué cosas no decían de él?... Ya no se habló más de la hija del doctor Moreno. Rafael sabía cuanto deseaba.
Don Íñigo se dejó besar la diestra como idiotizado; una nevada de ancianidad había caído de pronto sobre él, enfriando para siempre el último calor de su intelecto. Su chupado rostro estaba a trechos amarillo y a trechos moreno, como los limones que se resecan.
En el piso de la cazuela hay una confitería, y a esta confitería pueden entrar los hombres. ¡Ah, y tú quisieras...! Déjame concluir, Charito. Iríamos juntas tú, Lucía Moreno y yo. Julio se acercaría como un amigo común... Basta, eso de mí no lo conseguirás nunca. Atiéndeme, Charito. Es inútil, no insistas.
No hay peor calamidad que ser amigo de coleccionistas». Estupiñá, que en aquella temporada frecuentaba el trato de Moreno, por haberle este confiado la administración de su casa de la Cava, se presentó dispuesto a llevarle todo el contenido de las tiendas de Madrid para que escogiese.
¡Oh! ¿Qué haría yo, dice usted? repuso acercándose á mí con tal violencia, que pensé que me iba á saltar los ojos con su nariz, qué haría yo? Seguramente había de tirar mucho partido de esos elementos. Supongamos que soy la autora: ese joven pobre es muy hermoso, es moreno é interesante, un tipo meridional, tórrido, un hijo del desierto.
El único signo que advertí de su emoción fue cuando le di la mano al acercarme. ¡Qué encarnada se puso la pobrecita! Moreno continuaba sonriendo con la misma condescendencia, mientras su amigo se desahogaba tan fogosamente. Al cabo le atajó. No te forjes muchas ilusiones por eso del rubor ni te subas al trípode. El rubor es un fenómeno muy prosaico, querido.
Estudiando con atención la vida de los grandes hombres, se encontraría siempre un ramo de locura en ellos. Lo que ha dado en llamarse genio, para mí es una enfermedad de los lóbulos cerebrales resumió Moreno.
Palabra del Dia
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