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Actualizado: 24 de junio de 2025
Don Cayetano contuvo su verbosidad, comprendió que algo deseaba decirle el Magistral, que estorbaba Glocester; recordó de repente que él también quería hablar al Provisor, y como en casos tales no se mordía la lengua, cortó la conversación diciendo: ¡Ah! ¡pícara memoria! don Fermín, una palabra, con permiso del señor Arcediano... es decir, no es una palabra, tenemos que hablar largo... son intereses espirituales.
Al ir a avanzar, saltó de entre dos naranjos un bulto negro, cayendo junto a él con sordo rugido. Era el perro de la alquería, un animal feo y torvo que mordía antes de ladrar.
Aquella perdiz verde que le presentaba la inflexible mano del tío Manolillo, le devoraba, le mordía, le magullaba el alma, por decirlo así.
Entonces vos sois como Francisco I, ¿preferís las mujeres? decía yo con mi airecito cándido. ¡Voto a bríos! exclamaba mi tía, que había substituido algunas palabras demasiado enérgicas, por esta frase aprendida a su esposo y que le parecía muy aristocrática ¡voto a bríos! ¡cállate, necia! Pero el cura le hacía una seña misteriosa y la excelente señora se mordía los labios.
Tomó el amado director agua bendita, y después de santiguarse, subió, radiante de alegría evangélica, las gradas de la plataforma; se frotó las manos y a una niña de ocho años que encontró de pie al paso, la sujetó suavemente; y mientras él miraba a la bóveda y mordía el labio inferior, oprimía contra su cuerpo la cabeza rubia, y entre los dedos de la mano estrujaba, sin lastimarla, una oreja rosada.
Una noche de la última semana, tomábamos el fresco en la azotea; la señorita Helouin á quien en aquel día había precisamente tenido ocasión de prestar algunas atenciones particulares, tomó ligeramente mi brazo y al mismo tiempo que mordía con sus pequeños y blancos dientes un ramito de azahares: Es usted muy bueno, señor Máximo me dijo con voz un poco conmovida... Trato de serlo al menos.
Depositaron a Pilar en una butaca y Sardiola se quedó en pie esperando órdenes. Su mirada, negra y reluciente como la de un cachorro de Terranova, se clavaba en Lucía con sumisión y afecto verdaderamente caninos. Ella, por su parte, se mordía los labios para retener las preguntas que impacientes asomaban a ellos. Sardiola adivinó, con su instinto fiel de animal doméstico, y prevínole el deseo.
Una muchedumbre compacta rodeaba la valla y la policía maltesa no bastaba para contener la curiosidad pública. ¡Diablo! dijo el doctor , ¿es que esa señora se habrá matado para jugarnos una mala partida? No la creía tan fuerte como todo eso. El conde se mordía el bigote sin decir nada. Había amado a la señora Chermidy durante tres años y se había creído sinceramente correspondido.
¡Vaya, niño! ¡á callar!... Too eso es guasa viva. Déjala para las pobrecitas que no te conozcan como yo. Y el majo con esto se mordía los labios y ocultaba con una sonrisa forzada el despecho que le roía. No pasó inadvertido este galanteo para Soledad. Aunque su inteligencia no era penetrante de ordinario, la tenía muy fina para adivinar cuanto ocurría en el alma de su amante.
El contramaestre, hombre de unos cincuenta años, envuelto en un largo gabán oriental, se paseaba por el puente con un aire agitado, y la protuberancia que se notaba en su mejilla izquierda anunciaba, por su excesiva movilidad, que mordía su chicote con furor.
Palabra del Dia
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