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Actualizado: 13 de junio de 2025


Aunque gruñendo un poco, concluyó la señora de Montauron por dar el beneplácito, y como Pedro tuviera que pasar por París para ir a embarcarse en Boulogne, fue el encargado de trasmitir la invitación a Fabrice. Cuando el marqués anunció a este amigo su viaje a Inglaterra, donde debía permanecer varias semanas, no pudo el artista dominar su extremada sorpresa.

Tal cual la vio, oyó y admiró Fabrice por la primera vez en el blanco salón de la baronesa, con su belleza de Musa y su voz grave y melodiosa, tal está Beatriz delante de él en estos momentos... Y Beatriz es su mujer: tiene allí, además, bajo su vista, cerca del corazón, su hija y su arte, es decir, todo cuanto ama en el mundo... y no es dichoso... Las venenosas insinuaciones de la señora de Montauron voltejean traidoras, implacables por su cabeza.

Sin embargo, a pesar de las tiernas exhortaciones de la señora de Aymaret, era imposible que Beatriz no se sintiese profundamente turbada por las reflexiones que forzosamente había de sugerirle la muerte de la señora de Montauron; era imposible que en adelante no le pareciesen todavía más pesados sus deberes, todavía más amargas sus contrariedades.

¡Dios mío! señorita, sabemos que vamos a encontrar de su lado una actitud un poco hostil... y, en ese caso, su entrevista va a causarle un verdadero disgusto... Permítame que se lo evite... o, al menos añadió sonriendo , que sufra yo las primeras descargas... Respeto mucho a la señora de Montauron, pero no le tengo miedo.

En consecuencia, no volvió a ver a Beatriz hasta el momento de su entrada en casa de la señora de Montauron bajo los tristes auspicios de prima en la miseria, de señorita de compañía; de comodín, en fin.

Pierrepont relató brevemente lo que aconteciera en otros tiempos entre Beatriz y él, su recíproco amor, y cómo la señora de Montauron obligó por fuerza a la joven a rehusar la mano que él le ofrecía.

Encontraron a la señora de Montauron haciendo una labor cualquiera en una inmensa sala tapizada de blanco y en cuyas paredes campeaban antiguos retratos de familia: Beatriz, entretanto, leía un diario. No tuvo el pintor necesidad de reflexionar mucho para decirse a propio que, si la elección le hubiese sido permitida, no habría sido seguramente la señora de Montauron la retratada.

En otras circunstancias, la señora de Montauron habría sujetado a muy severo examen el vínculo obligatorio de la invitación británica, pero, si en las actuales coyunturas la súbita ausencia de su sobrino desconcertaba algunos de sus planes contrariándola en ciertos respectos, veíase en cambio libre de obsesión tan pesada, que ante esa idea otorgó su permiso con relativa buena voluntad.

La señora de Montauron, que había dado muy agitada varios paseos por el gabinete aspirando su pomito de sales, posó la mano sobre el hombro de Beatriz, diciéndole: Querida niña, supongo que no te habrá sorprendido que mi primer ímpetu al saber que me dejas haya sido de mal humor... Porque yo siento mucho tu ida, aunque a ti mi contrariedad te tenga sin cuidado... ¡Vamos, hija mía, dame un beso!

De un lado la certidumbre, del otro el temor de una escena enojosa, mantuvieron un día a la señora de Montauron en terrible agitación de espíritu; así que cuando en la velada comunicóle Pedro la carta de lord S... anunciándole que bajo la reserva de su aprobación contaba partir al día siguiente, la primera impresión de la baronesa fue la de un grande alivio, porque de cualquier lado que el asunto se mirase, esa precipitada fuga no significaba en puridad otra cosa sino la desesperación de un enamorado en derrota... Beatriz había sin duda alguna cumplido su palabra, y de ese cuadrante toda tempestad resultaba conjurada.

Palabra del Dia

rigoleto

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