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Actualizado: 20 de junio de 2025


El hecho mismo de que Burton Blair, habiéndome ocultado su amistad si es que existía amistad con este vigoroso monje, de cara bronceada y arrugada, me hacía abrigar contra él una especie de vaga desconfianza. Y, sin embargo, cuando recordaba el tono de la carta que le había escrito a Blair, ¿cómo podía dudar de que su amistad, aun cuando secreta, no fuese real y sincera?

Pero comprendí que nos había seguido y que al vernos entrar en el monasterio, se había puesto a esperar mi vuelta con toda paciencia. ¿Ha descubierto el señor lo que deseaba? me preguntó el viejo italiano, prontamente. Algo, no todo fue mi réplica. ¿Ha visto a ese monje con quien he estado? .

A la derecha, y situado sobre una pintoresca colina, se presenta un convento de frailes; á la izquierda, la bellísima iglesia de la Superga, con elegantes columnas, dos torres y una airosa cúpula. Antes de pasar adelante quiero apuntar la impresion que me produjo la vista de los frailes. En Venecia fué donde por primera vez pude examinar de cerca un monje.

Más allá de donde estaba el silencioso monje, cuyos penetrantes ojos misteriosos estaban fijos en de una manera tan inquisitiva, se veían lejanos puntos obscuros, atravesados de trecho en trecho por rayos de luces multicolores que penetraban por alguna gran ventana, y mucho más allá colgaba del alto y abovedado techo la roja luz tenue de la lámpara del santuario.

Ambos nos habíamos dado cuenta rápidamente de que el desconocido, aun cuando de contextura más bien delgada, era extraordinariamente muscular. Y este era el hombre que celebraba esas frecuentes entrevistas secretas con Fray Antonio, el grave monje capuchino. Había demostrado que no nos tenía miedo, por la manera audaz con que había venido a vernos, y la franqueza con que nos había hablado.

¿Un enemigo tan mortal como el Ceco? le interrogué, mirándole a la cara mientras tanto. ¡El Ceco! tartamudeó, lleno de sorpresa por mi audaz pregunta. ¿Quién le ha hablado de él? ¿Qué sabe usted respecto a ese hombre? El monje se había olvidado evidentemente de lo que le había escrito en la carta a Blair. que está en Londres repliqué, tomando por guía sus propias palabras.

Le expliqué, en breves palabras, lo que había descubierto en Italia, refiriéndole mi encuentro con el monje capuchino y nuestra curiosa conversación. Jamás le hablar de él a mi padre me dijo. ¿Qué clase de hombre es? Se lo describí lo mejor que pude, y le conté cómo lo había conocido en una comida dada en su casa, durante su ausencia en Escocia con la señora Percival.

Naturalmente, la materialidad de la causa limita el campo; una cabeza del Ticiano, una bacanal de Rubens, un interior de Rembrandt, un monje de Zurbarán, darán una serie de impresiones definidas, vinculadas al asunto de la tela.

A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración. Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para perpetuar el famoso milagro.

El Puente del Diablo es un antiguo puente medioeval que hay cerca de Lucca expliqué rápidamente, y luego recordé la cara grave del monje capuchino, que vivía en el silencioso monasterio próximo a dicho paraje. Pero en ese momento toda mi atención estaba dedicada a aclarar el enigma, y no tenía tiempo para reflexionar.

Palabra del Dia

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