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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Las facciones, toscas y tostadas por el sol, del monje asumieron una expresión enigmática y confusa, porque comprendió que algo habíamos conseguido saber, pero sin embargo vaciló interrogarnos por temor de descubrirse a mismo. Los capuchinos, como los jesuitas, son admirables diplomáticos. Indudablemente la fascinación personal que ejercía el monje, se debía en parte a su espléndida presencia.

Un monje fanático, apoderado de Valverde en la Corte de España, no habría hablado con mayor vehemencia y encono... Comprendo, y soy el primero en seguir al señor Caro en ese camino, que es tiempo de poner término a la estéril declamación contra la conquista, que ha dado alimento sin vigor a la literatura americana durante veinticinco años.

Y allí, a mi lado, aplastando todos mis pensamientos, como la sombra de una esfinge gigante se expande y alarga sobre las arenas del desierto, estaba de pie ese corpulento monje, de tez bronceada, pies descalzos, hábito de un carmesí desteñido, su cintura ajustada por un cordel de cáñamo, y con un semblante de misterio, mientras dentro de su corazón se encerraba el gran secreto que había sido legado a y que ocultaba el origen de la fortuna de Burton.

El infeliz ignoraba que el dinero no es monje cartujo que gusta de estar guardado y criar moho, y que es un libertino que se desvive por andar al aire libre y de mano en mano. Mendigos ha habido, en todos los tiempos, que a su muerte han dejado un caudal decente.

Creo justo que conozca ahora la verdad, aun cuando se han hecho los mayores esfuerzos para ocultársela observó el monje, como hablando consigo mismo. Bien, hela aquí.

A principios del actual siglo existía en la Recolección de los descalzos un octogenario de austera virtud y que vestía el hábito de hermano lego. El pueblo, que amaba mucho al humilde monje, conocíalo sólo con el nombre de el Resucitado. Y he aquí la auténtica y sencilla tradición que sobre él ha llegado hasta nosotros.

¿Este peñasco misterioso y extraño exaltaría la imaginación de un Hamlet? ¿Es la ruina de un castillo? ¿Es un enorme delfín? ¿Es un tiburón? ¿Es una esfinge que mira al mar, o la cabeza pensativa de un sabio? El hombre de la costa no ha querido que sea un delfín, ni un tiburón, ni una ruina; ha decidido que sea la cabeza de un monje y le ha llamado así, en vasco: Frayburu.

Yo pensaba que un monje, una vez que entraba en una orden religiosa, no podía volver a usar el traje de la vida seglar observó. No puede hacerlo, ciertamente respondí. Ese mismo hecho aumenta las sospechas que abrigo contra él, unido a las palabras que le alcancé a oír fuera del teatro Imperio. Y entonces le referí el incidente, exactamente como lo he hecho en un capítulo anterior.

Lo que hasta entonces había conseguido saber sobre él no era muy satisfactorio. Parecía evidente que, en combinación con el monje, poseía el secreto del pasado del muerto, y quizá Mabel temía alguna desagradable revelación que se relacionara con los actos de su padre y con el origen de su fortuna.

A la noche siguiente nos despedimos del vigoroso monje capuchino en la plataforma de la estación de Lucca, y subimos al tren, en el cual debíamos recorrer la primera parte de nuestro viaje de vuelta a Inglaterra.

Palabra del Dia

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