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Actualizado: 4 de junio de 2025
Lo sentía infinito, pero el fondista de la Oliva le había herido el amor propio, la había ofendido, y quería pagar para tener derecho de dejar aquella posada, y decirle al grosero que no sabía tratar con una dama, sola, sin un hombre que la defendiera. Ante esta misiva, los primeros impulsos de Bonis fueron dignos de un Bayardo y de un Creso, en una pieza.
Tomó en sus manos la misiva; era aquella que Pierrepont le escribió antes de su partida: véanse aquí sus términos: «Antes de abandonar la Francia por mucho tiempo, aun para siempre si tú lo eliges, te relevo con la mayor sinceridad de la palabra que me has empeñado, rogándote en nombre de tu hija, suplicándote una y mil veces que conserves tu vida.
Tomé la misiva que me entregaba, y temblando la abrí, encontrando, escritas apresuradamente con lápiz sobre una hoja de papel de esquela, estas pocas líneas: «Estimado señor Greenwood: Indudablemente le causará a usted inmensa sorpresa saber que he abandonado para siempre mi casa.
Además, por descuido de su padre, se asoció, tal vez demasiado, con niños americanos. »Era mi intención contestar antes por correo a su carta; pero he pensado que el mismo De-Hinchú podía ser el portador de la misiva. »Su amigo y respetuoso servidor, Hop-Sing.» En tales términos contestó Hop-Sing a mi carta. Pero, ¿dónde estaba el portador? ¿Por qué arte misterioso fue entregada?
Avrigny y su sobrina cambiaron una mirada de inteligencia, pues los dos supusieron en el acto cuál sería el contenido de la misiva de Amaury. El doctor dijo al criado: Venga la carta y di a Germán que espere un momento y podrá llevarse la respuesta. Pocos instantes después tenía Avrigny la carta entre sus manos sin atreverse a abrirla. ¡Valor, tío! díjole Antoñita para darle ánimo.
La anterior misiva se diferencia de todas las demás, en que aquella al ser oreada por el último rayo del sol se eleva á Dios y
Al día siguiente, mis inquietudes habían desaparecido a pesar de todo, pero por la tarde recibí una larga misiva de mi cura, llena de buenos consejos y con este final: «Reinita: tu carta ha venido a consolarme y alegrarme en mi soledad, te ruego que no te canses de escribirme. No sé que hacerme sin ti, y no voy al Zarzal, de miedo de llorar como un niño.
Después de haber leído esta extraña epístola, el maestro quedó meditabundo, hasta que la luna alzó su brillante faz por encima de los montes e iluminó el camino que conducía a la casa escuela, camino endurecido con el ir y venir de los menudos pies de los educandos. Enseguida, más satisfecho, hizo trizas la misiva y esparció por el suelo los pequeños pedazos.
Bajo el golpe de la tremenda noticia que acababa de dársele, Beatriz quedó fulminada; había oído las palabras de Calvat, pero al principio no dio distintamente con su sentido; después una luz terrible se hizo en su espíritu y comprendió... Una carta de Pedro estaba en manos de su marido... Y de una mirada advirtió como en un caos sombrío todo lo que podía salir en algunos minutos de los pliegues de aquella misiva: el deshonor, la vergüenza, la perdición, la muerte.
La fecha anunciaba que la señorita Cristina había recibido aquella misiva dos ó tres semanas antes: al parecer, la pobre joven, no sabiendo leer y no queriendo confiar su secreto á la malignidad de los que la rodeaban, había esperado que algún pasajero á la vez benévolo y letrado, viniera á darle la clave de aquel misterio que le quemaba el seno hacía quince días.
Palabra del Dia
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