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Actualizado: 26 de julio de 2025
Al cabo el viejo le dejó libre y, echando atrás dos pasos y dirigiéndose á los concurrentes con su voz ronca y su ceceo de andaluz cerrado, exclamó: ¡Miren ustedes á ése! ¡mírenlo ustedes bien!... ¿Á que no saben ustedes lo que ha hecho?
Liberal aunque barbero; que yo no soy cualquier vende-humos, sino un ciudadano honrado y liberal como cualquiera. Pero miren á estos realistones: ahora han cambiado de casaca. Después que con sus delaciones tenían las cárceles atarugadas de gente; se agarran á la Constitución, y ya están en campaña como toro en plaza, dando vivas á la libertad. Señor Calleja, usted es un insolente. ¡Servilón!
D. Protocolo, ¿usted por aquí? ¿Cómo está la señora doña Circunspecta? ¿Va usted al baile del barón de Simiringande? ¿Qué dice hoy la <i>Gaceta</i> de Pliquisburgo?... Eh... eh... exclamó D. Paco, queriendo contener la risa que le embobaba . Miren la mocosa cómo habla, haciéndose la señora mayor.
¡Qué hermosura de comedor!... Ahora vengan por aquí... miren... un cuarto de baño... ¡Espléndido! Mi cuarto..... y éstos que siguen... ¿ven?... para huéspedes... otro cuarto de baño... y todo con ventanas al corredor. ¡Es una gran casa! De cuartos grandes no más, ché; pero es cómoda. Ahora, nos bañaremos, si les parece, y comeremos en seguida.... Mañana recorremos lo demás. ¡Sí, ché, a bañarnos!
¡Miren la chiquilla, que recoge mis palabras para traérmelas a la cabeza!... Y bien, señorita, ¿no obro yo con arreglo a la ley de Dios? ¿Me ves hacer mal al prójimo, despojar a la gente o calumniar a la virtud? ¿No vivo yo como una persona honrada y celosa de su deber?... ¿Qué tienes que objetar?...
Luego, después de un silencio, añadió: Basta por hoy, yo no podría seguir tocando después de semejante emoción. Además es tarde; le pido permiso para despedirlo, Huberto. Había abierto la puerta del otro salón, y mostrando a su madre dormida cerca de la chimenea: Miren a la pobre mamá, no quiero obligarla a quedarse más tiempo aquí. Voy a conducirlo agregó, viendo que el joven la seguía obediente.
Allá en el extremo de una mesa, á solas con una botella de jerez, libaba el néctar andaluz pausadamente sin tomar parte en la algazara. Hasta creyeron ver algunos que una lágrima se deslizaba de sus ojos y caía sobre la mesa. Miren ustedes el dorio exclamó el troglodita don Casiano. ¡Pues no está llorando! En mi vida he visto un hombre más gracioso.
En el lugar sólo se saben las cosas hace cuatro días, y la verdad sea dicha, ha pasmado tu transformación. ¡Miren el cógelas a tientas y mátalas callando, miren el santurrón y el gatito muerto, exclaman las gentes, con lo que ha venido a descolgarse! El padre vicario, sobre todo, se ha quedado turulato.
Miren ustedes este que es el más pequeño de todos no pesa más de dos quilates, me ha costado veinte mil pesos y ya no lo doy en menos de treinta. He tenido que hacer un viaje expresamente para comprarlo. Este otro, encontrado en las minas de Golconda, pesa tres quilates y medio y vale más de setenta mil.
Miren este Monseñor, que es pariente nuestro». Y lo rodean con veneración, como si fuese la bandera de la familia; lo llevan del brazo, «Monseñor, por aquí», «Monseñor, por allá»; y el pobre jornalero eclesiástico llegado a obispo parece un sonámbulo, aturdido por tantos cuidados y honores.
Palabra del Dia
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