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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Al acercarme se detuvieron, me miraron de pies a cabeza como a un animal curioso y, tan pronto como les di la espalda, oí detrás de mí cuchicheos y risas ahogadas. Me invadió un calofrío al observar esa curiosidad malevolente de aldea. Me sentí aliviada cuando vi alzarse frente a mí las torres de la puerta.
Y llegando las dos a un corredor oscuro, se abrazaron con ímpetu, consternadas hasta el llanto por aquella penosa evocación de la sombra paterna. Entrecerrando los ojos, apoyó la frente contra el frío cristal de la ventanilla. Y entonces, en aquella profunda lontananza, las dos criaturas se desenlazaron y la miraron a ella con los ojos llorosos, fijamente.
Se encontraron los ojos de Ana y de Mesía. Se miraron como si hasta aquel momento nunca se hubieran visto bien. «Buenos ojos pensó el Tenorio no sabía yo a lo que saben, hasta ahora». Y continuó: «Esa será una de las primeras». Más de una hora fue viendo aquella nube de polvo que parecía de luz y en medio los ojos de la sobrina.
Señoras, ¿qué tiene eso de particular? Si Dios las ha hecho guapas, ¿qué vamos nosotros á hacer? Pero ¡ay! me faltan cinco. Por eso he venido aquí. Y se detuvo como cortado. ¡Ha venido usted aquí! exclamó Paz abriendo mucho los ojos. ¡Ha venido usted aquí! murmuró Salomé con súbito cambio de color. Las dos ruinas se miraron Aquella mirada fugaz fué terrible.
Pues estamos lucidos añadió ella . Ya somos tres. Y esto va picando en historia. Siento pasos. Si será al fin esa veleta... Los pasos no parecían de mujer. ¿Quién sería? Miraron los tres, y apareció José Izquierdo, quien al ver a doña Guillermina, se sobresaltó extraordinariamente y miró para abajo, como si se quisiera tirar de cabeza. Habría él dado cualquier cosa por tener dónde meterse.
Mientras que aquellas personalidades inofensivas, bien puestas a prueba ya, animaban el té de aquel modo, las notas de un violín se acercaron bastante como para que se las oyera claramente. Entonces los jóvenes se miraron con expresión simpática en que se leía la impaciencia de que terminara la colación.
Todos le miraron entonces. Hablaba en broma seguramente, y, sin embargo, su gesto y el tono de su voz eran serios, como imponentes. Minghetti, inclinándose cómicamente, exclamó: Quien manda, manda.... Obediencia al tirano... al futuro empresario forse....
Se le llevó á un rincón y le preguntó con acento inquieto: ¿Qué hay? Hay, que no he encontrado el coche y que no sé dónde está Herminia. ¿Qué es lo que dices? Herminia se ha vestido y, evidentemente, ha ido á la carretela. Pero la carretela no está. Se miraron, con un principio de sospecha. ¿Dónde está Clementina? preguntó Roussel. Ha salido del salón hace más de un cuarto de hora.
Y cuando ésta buscaba con los ojos espantados un agujero donde meterse, donde no la vieran, misia Gregoria se presentó, traída de la mano por Susana, radiante... En la puerta se detuvo y las dos hermanas, frente a frente, se miraron, con asombro de verse así, tan cerca, después de veinte años; ni una ni otra habló, rígidas las dos: Susana empujó a la madre suavemente.
Los dos jóvenes miraron instintivamente hacia el cementerio como queriendo pedir a aquella tumba el valor que les faltaba; pero ambos guardaron un religioso silencio. ¡Ea! dijo el doctor. Ya escucho. Comienza tú, Antoñita. ¡Pero, tío!... suplicó la joven con embarazo. Ya comprendo, Antoñita repuso Amaury, abandonando su asiento. Perdone usted; me retiro.
Palabra del Dia
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