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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Sus manos, ese indudable signo, por el que se conocerá siempre a una persona distinguida, eran aún bellas: su mirada altiva y fija. Estaba, pues, metido en una verdadera aventura. Me parece que adivino de lo que quiere usted hablarme; me dijo mirándome con una extraña fijeza; y sin dejarme tiempo para contestar añadió: sin duda se trata de Amparo. ¡Se llama Amparo!

Movió la cabeza con amarga tristeza, y, mirándome a través de sus lágrimas, respondió brevemente: Ya se la he dicho. Estoy casada. Sólo puedo pedirle perdón por haberlo engañado y manifestarle que me he visto obligada a hacerlo. ¿Quiere usted decir que se ha visto precisada a casarse con él? ¿obligada por quién? Por él tartamudeó.

Ha dejado a ese hombre en posesión completa e incontestable de todo. No había olvidado la arrogancia y la confianza en mismo, de que había hecho gala esa noche que por primera vez fue a vernos. Pero, señor Greenwood, ¿tendrá usted, ahora, la bondad de disculparme por lo que voy a decirle? preguntó la señora Percival, después de una breve pausa y mirándome fijamente a la cara.

¡Cómo! ¿V. no sabe jugar al bridge? exclamó la dueña de la casa, mirándome de pies a cabeza con su impertinente... Y luego añadió, ante sus invitados: ¡Este señor no sabe jugar al bridge! Su exclamación, dicha del modo más despreciativo, produjo consternación y casi espanto. Todos me rodearon, mirándome asombrados, como a un animal extraño o un criminal terrible.

Abuelo dijo la señorita Margarita levantando la voz; es el señor Odiot. El pobre viejo corsario se levantó un poco de su sillón, mirándome con una expresión apagada é indecisa. Me senté á un signo de la señorita Margarita, que repitió: El señor Odiot, el nuevo intendente, abuelo. ¡Ah! buen día, señor murmuró el anciano. Siguió una pausa del más obligado silencio.

No, hombre, no insistió él con la mayor seriedad . Entendí que conocías el dicho que corre aquí como evangelio. Y ¿qué dicho es ése? Que no hay en todo este valle más llanura que la sala de don Celso. ¿Oístelo ahora? añadió riéndose y mirándome a la cara con sus ojillos de raposo . Pues atente a ello.

Cuando quedamos solos tía Carmen me dijo: Ven, acércate. Y mirándome tristemente agregó: No seas causa de que una mujer llore un desengaño; no, Rodolfo, ¡no hagas eso! No puedes imaginar qué de males ocasiona un hombre cuando miente amor. Mira, lo por experiencia. Cásate con quien quieras.... Tía: yo no lo haré nunca movido por el interés y la codicia.... Muy bien. Apruebo ese modo de pensar.

Di yo con este desatino una gran risada, y él entonces mirándome a la cara, me dijo: -A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto, que a todos les da gran contento. -Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de oír cosa tan nueva y tan bien fundada, pero advierta V. Md. que ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más.

Su cara era hermosa, despejada, con facciones bien delineadas y enérgicas, dulcificadas por unos ojos en que parecía brillar la luz de la perpetua juventud, con una cándida expresión modesta. Entonces ha recuperado usted el registro observó al fin, mirándome fijamente a la cara. , y como lo he leído contesté, he venido aquí a investigarlo y reclamar el secreto que me ha sido legado.

Avise usted por teléfono que luego iré.... No, diga usted que no voy, que no me esperen á comer. Iré á la noche. ¿Pero, qué hace usted ahí parado, mirándome como un bobo?... ¡Eh, alto! no se vaya usted tan pronto. A ver, ¡que suba el Capi! Llame usted á don Matías. ¡En seguida; listo!... Goicochea salió del despacho temblando, al pensar en el día que le esperaba.

Palabra del Dia

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