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Actualizado: 10 de junio de 2025
La vida es lo que duele y lo que enseña... La muerte para los buenos... para los perversos, lógica, lógica». Apenas se había acabado la tocata, entró doña Casta a decirle: «Maxi, la señora de Quevedo me ha llamado por la ventana del patio para decirme que le mande a usted subir un momento.
Si ha de decirse verdad, Maxi inspiraba aquel día a su novia un sentimiento de cariño dulce y sosegado, con su poquillo de lástima. Y él procuraba dar a la conversación tono familiar, hablando del tiempo o recomendando a la joven que tuviese cuidado de no olvidar alguna importante prenda de ropa.
x Aquella noche, cuando Maxi subió a comer, encontró a su mujer un poco enferma. Le dolía la cabeza y tenía náuseas. Estás luchando contigo misma. Quieres ir y no te determinas». Algo de esto debía de ser, pues Fortunata se metió en su alcoba, resistiéndose a tomar alimento.
La mujer le cuidaba como se cuida a un niño, y se había borrado de su mente la idea de que era un hombre. Vino doña Lupe muy temprano, y enterada que Maxi estaba bien, empezó a dar órdenes y más órdenes, y a incomodarse porque ciertas cosas no se habían hecho como ella mandara. Iba de la sala a la cocina y de la cocina a la sala, dictando reglas y pragmáticas de buen gobierno.
Aquella noche hizo Maxi mil extravagancias, y a la mañana siguiente se puso tan encalabrinado y vidrioso, que no se le podía aguantar. «Hay que tener mucha paciencia dijo doña Lupe a Fortunata . ¿Sabes lo que te aconsejo? Que no le lleves la contraria en nada. Hay que decirle a todo que sí, sin perjuicio de hacer lo que se deba. El pobrecito está mal.
Dos hombres le llevaban calle abajo, cada cual agarrándole de un brazo, y él, mirando con estupidez a sus conductores, repetía: ¡machacárselo! . A ratos se paraba, prorrumpiendo en risas de demente. Ya cerca de la iglesia aparecieron dos individuos de Orden Público, que viendo a Maxi en aquel estado, le recibieron muy mal.
Suponía Maxi que todos hacían la observación de que no era él hombre para tal hembra. Algunos se permitían examinarle de una manera insolente. Si iban al café, estaban poco tiempo, porque los amigos se enracimaban alrededor de Fortunata sin hacer maldito caso de su marido, y este tragaba mucha bilis.
Es probable que a la segunda acometida de Papitos, el clérigo se desperezara, y que ahuyentase a la mona con otro fuerte berrido, agasajando en su empañado cerebro la idea de que su tía debía esperar hasta la mañana siguiente. Y el fundamento de estas apreciaciones es que Nicolás no se presentó en la casa de su hermano Maxi hasta las siete dadas.
La criada se deslizó blandamente por los oscuros pasillos y el ama entró en la alcoba. Al ver a su marido, sintió como si lo que está a cien mil leguas de nosotros se nos pusiera al lado de repente. Maxi había dado vueltas en el lecho y dormía como los pájaros, con la cabeza bajo el ala.
Y yo también dijo Maxi, con la mayor buena fe, observando que aquel hombre razonaba discretamente. ¿Quiere esto decir que yo sea partidario de la tiranía?... prosiguió Ido . No señor. Me gusta la libertad; pero respetando... respetando a Juan, Pedro y Diego... y que cada uno piense como quiera, pero sin desmandarse, sin desmandarse, mirando siempre para la ley.
Palabra del Dia
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