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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Mientras las dos señoras mayores cotorreaban dentro, Fortunata y Aurora lo hacían en el balcón. Las once y media serían cuando sintieron la voz de Ballester. Este y Maxi las miraban desde la acera de enfrente. «Si bajan ustedes dijo Rubín , las espero aquí». Olimpia gritó Ballester . Venimos de ver la obra que se estrenó anteanoche. ¡Qué mala es! ¿Tiene usted ya noticias de ella?
La emulación o la manía imitativa eran lo que determinaba la idea de que si su marido se ponía muy malo, muy malo, ella sería la maravilla del mundo por el esmero en asistirle y cuidarle. Mas para que el triunfo fuese completo era menester que a Maxi le entrase una enfermedad asquerosa, repugnante y pestífera, de esas que ahuyentan hasta a los más allegados.
Tengo dentro de mí el espíritu del mal... y apenas me queda un recuerdo vago de aquel estado de virtud en que me hallaba. ¡Qué lástima, hijo, qué lástima! Tenemos que volver a las duchas y al bromuro de sodio. Es lo mejor para echar virtud y filosofía. Volveré dijo Maxi con gravedad suma , cuando haya cumplido la promesa que a mi mujer hice.
¡Muerta! dijo Maxi sin alzar la voz, pero con extraordinaria luz en los ojos . ¡Muerta!... De modo que yo me puedo volver a casar. Al decir esto, se insubordinaba; no quería ir por la acera, sino por el empedrado, dando manotadas y tropezando con algunos transeúntes. Juan Pablo le metió en un coche para llevarle a su casa.
Maxi se quedó más tiempo en la cama, hartándose de sueño, aquel reparo que su desmedrada constitución reclamaba. Púsose Fortunata a arreglar la casa y mandó a Patricia a la compra, cuando he aquí que entra doña Lupe toda descompuesta: «¿No sabes lo que pasa? Pues una friolera. Déjame sentar que vengo sofocadísima. Vaya que dan que hacer mis dichosos sobrinos. Anoche han puesto preso a Juan Pablo.
«Oye, Papitos le dijo . Ven acá, y atiende bien a lo que te encargo. Yo tengo que salir otra vez. Das de comer al señorito Nicolás y al señorito Maxi; pero este vendrá mucho más tarde que su hermano. Fíjate bien, y no salgas luego haciendo lo contrario de lo que te mando.
Ya conocía aquello su mujer y sabía el remedio, que era volverlo suavemente del otro lado... «¡Qué sueño! murmuró Maxi medio despierto . Soñaba que te habías marchado... y yo te había cogido de un pie, y tú tirabas, y yo tiraba más, y tirando se me rompía la bolsa del aneurisma, y todo el cuarto se llenaba de sangre, todo el cuarto, hasta el techo...».
Contestó Maxi que no, que la cabeza no le dolía nada, y que lo que le aterraba era sentir el cráneo vacío, desalquilado, como una casa con papeles. «Hace poco dijo con desaliento amargo , perdí la memoria de tal modo... que... no sabía cómo te llamas tú.
«Mátameles, sí... añadió la diabla, retorciéndose las manos . ¡Hijos ella!... En el infierno los tendrá...». Cayó desplomada sobre las almohadas, chocando la cabeza contra los hierros de la cama. Maxi alargó la mano y recogió el billete, que estaba aún sobre la colcha.
Algo tenía la infeliz joven en su cabeza que se lo confirmaba, inundándola de luz. Recordó frases y actos, ató cabos, y... nada, que era verdad, como hay Dios. El infeliz chico estaría todo lo enfermo que se quisiera suponer; pero lo que decía, verdad era. «¿Lo dudas todavía?» volvió a preguntar él. No sé qué pensar... Maxi, Maxi, si me hubieras dado un tiro, me habrías matado menos.
Palabra del Dia
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