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Actualizado: 25 de junio de 2025
Aquellos santos varones, pues, aquellas respetables matronas, devotas vírgenes y niños ofrecidos, descendientes la mayor parte de nobles familias godas, como de sus meros nombres se colige, vivian todos, sin distincion de sexos ni de cuna, entregados á la oracion y meditacion, á las obras de caridad, al cultivo de la inteligencia, á los trabajos manuales que la regla prescribe, en los cuales no habia para los profesos de mas ciencia, virtud y nobleza, exencion de trabajos serviles dentro de la clausura.
Era la niña mimada de las matronas, que narraban con cariño anécdotas de mis abuelos y bisabuelos y de otros antepasados cuyos hechos y proezas debían haber sido muy notables, para que aquellas bondadosas marquesas hablaran de ellos con tanto entusiasmo.
En esto, la luz de la mañana iría creciendo cada vez en intensidad: los ancianos patriarcas de la población se irían levantando apresuradamente, cada uno envuelto en su bata de franela, y las respetables matronas sin detenerse á cambiar su traje de dormir.
Y los violines sonaban con más dulzura, las luces adquirían mayor brillo en el crepúsculo invernal, los hombres entornaban los ojos acariciándose el bigote, y algunas matronas corrían instintivamente sus sillas atrás, apartando los ojos como si viesen de pronto, formando montón, todas las perversiones de la época.
Allí estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes, con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores.
Las matronas de «la busca» pasaban erguidas sobre sus rucios, arreándolos con la vara, ondeando detrás de su espalda las puntas del rojo pañuelo, con la cara tiznada de churretes, los ojos pitañosos por el alcohol, y en las negras manos una doble fila de sortijas falsas y relucientes, como adornos africanos.
Algunas matronas se erguían dignas y austeras, volviendo los ojos por no verles, pero al llegar a la otra banda del paseo lanzaban la noticia, una gran noticia para la gente ansiosa de novedades. ¿No saben ustedes?... Nélida, esa loca, ha abandonado a su escolta y está con el doctor español, el amigo de Maltranita. ¡Pobre hombre!
En aquellas matronas y jóvenes doncellas de antigua estirpe y educación inglesa había, tanto moral como físicamente, algo más tosco y rudo que en sus bellas descendientes, de las que están separadas por seis ó siete generaciones; porque puede decirse que cada madre, desde entonces, ha ido trasmitiendo sucesivamente á su prole un color menos encendido, una belleza más delicada y menos duradera, una constitución física más débil, y aun quizás un carácter de menos fuerza y solidez.
Detrás de este escuadrón estudioso apareció la litera en forma de lechuza, dentro de la cual iba el ilustre Momaren. El profesor Flimnap marchaba junto á la portezuela de la derecha, conversando con su ilustre jefe, honor público gozado por primera vez, que le hacía caminar titubeante, con el rostro empalidecido por la emoción. Cerraban la marcha graves matronas universitarias, con togas negras.
Ante los grupos de nobles matronas, su cortesía pudo más que el miedo. «Buenos días...» Pero las damas contestaron su saludo a flor de labios, siguiéndole con ojos severos y mirándose después entre ellas... «También éste era de los culpables.» Y todo el peso de su indignación se descargó mudamente sobre Maltrana, el primero que osaba presentarse ante ellas.
Palabra del Dia
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