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Y todo el mundo sabía, y en particular el padre Aliaga, que Francisco Martínez Montiño era en la corte algo más que cocinero del rey. ¡Tratáis de hacer una confesión general! dijo el padre Aliaga ; esto es grave.

Eso piénsalo , que eres villano exclamó Ramiro muy cerca de la cólera. No tan villano, señor, que es bien sabido que los Martínez fueron siempre de muy limpia sangre castellana, y que, a no ser el incendio que destruyó todo el solar de mis padres, podría yo enseñar agora a vuesa merced tamañotes pergaminos de mi hidalguía.

Pero, Curra, por Dios, te quedas parada por todas partes. ¿Sabes?... ¿Y Jacobo no ha venido?... De fijo que llega tarde... busca un buen sitio y llévate a Martínez. ¿Me entiendes, Curra?... Con esa calma, ni vas a oír a Jacobo, ni me verás a tampoco... ¡Anda!... ¡Las dos ya en Palacio!... ¡Se acabó! Me deja plantado; ahora que llega tarde...

Lit. de J.J. Martinez, Madrid. No está, no, la triste y dolorosa ruina de la mas bella creacion monumental arábigo-bizantina donde la buscan todavía muchos apasionados de aquel arte. No busqueis el grandioso rastro de Azzahra ni en las orillas del Guadalquivir, ni en lo recóndito de la Sierra.

Hacía casi veinticuatro horas que estaba sonando para él la trompeta del juicio final. Su hermano muerto, su corazón amargado; su cocina, que constituía para él la mitad de su alma, abandonada. Y además de esto, metido en enredos trascendentales, de los cuales no sabía cómo salir; amenazado casi con la Inquisición... La cabeza de Francisco Martínez Montiño era un hervidero.

Al verse tan bien servido por la pluma del secretario, Martínez, cuando no estaba de operaciones, sentía la necesidad de convertir en leyes todas las ideas simples y nuevas para él que hervían en su cerebro. Sandoval, vamos á escribir media docena de decretos decía después de las comidas, como si esto suavizase su digestión.

Jueves 10, salió el Padre Matias Strobl y el alferez D. Salvador Martinez, con algunos soldados, á ver si hallaban indios en tierra: y los Padres Cardiel y Quiroga, y el piloto mayor Varela salieron en la lancha prevenidos de víveres á sondar la bahia hasta el rio de la Campana, que ponen algunos mapas, ó si entraba otro rio, con ánimo de no desistir de la empresa hasta averiguarlo todo.

Y así soltó, aprovechando la ausencia de su hermano Adolfo, que se había levantado a traer cigarros, el primer nombre que se le vino a la cabeza... Dijo «Pérez» como podría haber dicho «Fernández», «Rodríguez» o «Martínez». Lo importante era inventarse un novio, ya que no lo tenía verdadero, para despertar celos en Vázquez... ¡Los hombres debían sentir los celos antes del amor!...

Le había parecido más apropiado al carácter del lugar el valerse de estas armas antiguas. Las encontraba más en concordancia con el romántico castillo de Lewis, que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por este hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe, vió á Martínez...

¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho! Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar.