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Actualizado: 3 de junio de 2025


Hullin, muy alegre, no era ya el mismo hombre; sus instintos de soldado, los recuerdos del vivaque, de las marchas, de las descargas, de las batallas, volvían a su espíritu a paso de carga; brillábale la mirada, el corazón le latía con más violencia y ya iban y venían en su cabeza ideas de defensa, de atrincheramiento, de lucha a muerte. ¡A fe mía se decía Juan Claudio , todo va bien!

Los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o de Lefebvre iban huyendo de sus traidoras filas en cuanto se les presentaba ocasión para ello, de tal modo, que al verificar sus marchas aquellos ejércitos por parajes montuosos o quebrados, veían que los españoles se les escapaban por entre los dedos, como suele decirse.

Los rostros tenían una expresión feroz, con regueros de polvo y sudor en todas sus grietas y oquedades, con barbas recién crecidas, agudas como púas, con un gesto de cansancio que revelaba el deseo de hacer alto, de quedarse allí mismo para siempre, matando ó muriendo, pero sin dar un paso más. Caminaban... caminaban... caminaban. Algunas marchas habían durado treinta horas.

Se veían los dos por los montes de Navarra y de Guipúzcoa al frente de una partida, viviendo siempre en acecho, en una continua elasticidad de la voluntad, atacando, huyendo, escondiéndose entre las matas, haciendo marchas forzadas, incendiando el caserío enemigo... ¡Y qué alegrías! ¡Qué triunfos!

Sabía pormenores de cuantas batallas, combates, encuentros y marchas hicieron ambos ejércitos desde las primeras intentonas de don Carlos María Isidro hasta el abrazo de Vergara; así que, por los meses en que da comienzo la acción de este relato, seguía con interés grandísimo el segundo importante alzamiento de los absolutistas, a quienes llamaba siempre facciosos, porque esta palabra le parecía envolver algo ofensivo.

Después de detenernos a orillas del Guadalimas, parte del ejército se entretuvo en marchas incomprensibles, y empleando en esto más de un día, nos encontramos de nuevo sobre Menjíbar al anochecer del 18, punto al cual había llegado horas antes la división del marqués de Coupigny. Reunidos ambos ejércitos, no hubo allí más parada que la precisa para recoger las provisiones de que estábamos tan escasos, y ya muy de noche emprendimos el camino de Bailén.

No quieres vivir con nosotros como hermano, ¿verdad? ¿Te empeñas en actuar aquí de cura? Pues ¡a la calle! Mañana te marchas, para no volver nunca. Eso, eso es dijo Tirso al oír la palabra cura. Aprovecha la ocasión que se te presenta para ofender a un sacerdote. Mis ropas, mis hábitos son los que te irritan. ¡Nada importa!

La caza y las marchas largas fortalecerían su pierna quebrantada. Además, montaría a caballo para vigilar los trabajos, visitaría los ganados de cabras, las piaras de cerdos, la vacada y las jacas que pastaban en los prados. La administración del cortijo no marchaba bien. Todo le costaba más que a los otros propietarios, y los productos resultaban menores.

Y como si la cancioncilla del tío fuese la señal para que comenzase la música de las niñas, éstas atronaron el salón con el tecleo del piano y los gorjeos esforzados. Don Juan cobró ánimos con este estrépito. Al ver que los muchachos sólo atendían al piano, siguió hablando, pero levantó más la voz, con gran alarma de su hermana. Marchas a tu perdición, Manuela.

El año anterior, cuando la guerra franco-prusiana, había comprado Pepe un mapa, barato, en el que seguía con alfileres y banderitas las marchas de ambos ejércitos: don José, por distraerse y llevado de la atención con que consideraba el duelo entre la revolución y el carlismo, repitió el entretenimiento.

Palabra del Dia

consolándole

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