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Actualizado: 26 de junio de 2025
Tenía el rostro abatido, los labios pálidos, y los ojos oscuros de ojeras. Pero era ella siempre, más hermosa aún para mí, porque la perdía. Le dije sencillamente que me iba, y que le deseaba mucha felicidad. Al principio no me comprendió. ¿Se va? ¿Y adónde? A Norte América... Acabo de decírselo. ¡Ah! murmuró, marcando bien claramente la contracción de los labios.
Ahuecando la voz y marcando con su manaza un compasillo oratorio, prosiguió su discurso así: Sí, señores; así como el tirano Herodes, para ver de perder al niño Jesús, mandó matar a todos los niños, según rezan los Evangelistas, estos canallas, para ver de acabar con un partido, con el partido liberal, quieren matar a todos los españoles, a todo el género humano, a todo el globo terráqueo.
En la pared, por bajo de la estampa religiosa que compró Tirso, se veía el mapa de las Provincias Vascongadas y Navarra, en que don José iba marcando la situación de las tropas.
El orgullo no da para el mercado. ¡Ah! ¿y la de Eneene? la mayor, aquella paja larga, que anda como si la llevara el viento, pasó también, con la madre: ¡y miren lo que vale ser hija de ministro! llevaba dos festejantes de escolta, marcando el paso. Por supuesto que el coche, pagado por el Ministerio, estaría en la esquina, esperando.
La blancura de su cutis se delataba al avanzar un brazo fuera de la manga ó al entreabrirse el escote; pero esta blancura estaba borrada en el rostro por una máscara rojiza. Su belleza vigorosa arrostraba sin miedo el sol y el hálito del mar. Un triángulo escarlata cortaba la dulce curva de su pecho, marcando el escote del vestido.
Nuevo gesto y nueva exclamación del otro. Intervalo de algunos minutos, durante los cuales, Quilito y Jacinto miran los números que la tiza va marcando en la pizarra, en medio de la baraúnda de la rueda. Las vitalicias siguen firmes dice Quilito, creo que debemos lanzarnos. Vamos a ver al gringo Rocchio dice Jacinto.
Muy duras estaban; pero él, como labriego experto, quería trabajarlas poco á poco, por secciones; y marcando un cuadro cerca de su barraca, empezó á remover la tierra ayudado por su familia. Los vecinos burlábanse de todos ellos con una ironía que delataba su sorda irritación. ¡Vaya una familia! Eran gitanos como los que duermen debajo de los puentes.
Moriste, y en tu lecho de agonía Perdió la patria un lauro divinal Con que adornar su hermosa cabellera En los benditos dias de la paz; Perdió el pueblo la luz que lo guiaría En medio de la negra tempestad, Y lo llevase al linde del camino Que el dedo del Señor marcando está.
Sin abandonar su asiento, los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas, cuchicheaban sordamente algunos segundos, y el más viejo, con voz reposada y solemne, pronunciaba la sentencia, marcando las multas en libras y sueldos, como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese á pasar por el centro de la plaza el majestuoso Justicia, gobernador popular de la Valencia antigua, con su gramalla roja y su escolta de ballesteros de la Pluma.
El cura hablaba, moviendo brazos y manos con lenta oscilación para que saliese la hebra, el ovillo crecía, pasando de nuez a manzana, de manzana a calabaza, y los dos hermanos oían y callaban, el uno inmóvil, el otro marcando cada vuelta de la madeja con un golpecito dado con las tenazas en el borde de la chimenea.
Palabra del Dia
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