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Actualizado: 10 de octubre de 2025
¡Oh! qué hermosos paseos por el campo de adornos cambiantes, pero tan bello bajo su manto de nieve como con su traje de esmeralda, donde ella le revela el Creador en la creación, la eterna potencia en la eterna bondad, la majestad divina en la inmensidad de los cielos como en el más pequeño agujerillo, en el roble gigante como en la hierbecilla, en el buey de paso pesado que hiende lentamente el surco como en la mariposa de ligero vuelo que se pierde en el espacio...
La revolución de que tanto nos hemos reído, de que tanto nos hemos burlado, de que tanto nos hemos mofado, va avanzando, va minando, va labrando su camino, y lo único que debemos desear, lo único que debemos pedir, es que no se declare verdadera incompatibilidad, verdadera lucha, verdadera guerra a muerte entre esa misma revolución y las instituciones, entre las nuevas ideas y el Trono, entre las reformas indispensables y la persona de Su Majestad.
La catedral, de estilo gótico del siglo XII, aunque carece de atrevimiento en sus tres naves, tiene una majestad imponente por su interior de sombría severidad.
Así, iremos viendo, verbigracia, en el curso de esta novela, Dar gato por demonio, Irse al infierno en coche y en alma, Preñada de medio ojo, Astrólogo regoldano, Lo que es del diablo, el diablo se lo ha de llevar, Si Dios me tiene de sus consonantes, Siempre quiebra la soga por lo más forastero, Salud y consonantes, Servir a su Majestad con dos comedias en Orán, meras modificaciones de los refranes y frases Dar gato por liebre, Irse al infierno en cuerpo y alma, Tapada de medio ojo, Castaña regoldana, Lo que es del agua, el agua se lo lleva, Si Dios me tiene de su mano, Siempre quiebra la soga por lo más delgado, Salud y gracia, y Servirá su Majestad con dos lanzas en Orán.
Por mi honra de hidalgo y por mi fe de cristiano, señora, bastaba con que yo supiese que esas cartas eran de su majestad, para que yo no pusiese en ellas los ojos. Esperad, esperad un momento, caballero dijo la dama. Esperaré cuanto queráis. Vuelvo al punto.
Vestía de negro y estaba sentada en un elevado sillón de cuero, mientras que todos los demás se hallaban acomodados en sillas más bajas. De suerte que D.ª Fredesvinda, que así se llamaba, parecía una reina rodeada de su corte. Y ciertamente, la pausa con que hablaba y la majestad de sus ademanes contribuían bastante a hacer la semejanza más perfecta.
Pido la palabra dijo el que estaba a su lado. ¿Quién diablos se la ha de dar a Vuestra Excelencia dijo entonces el presidente amoscado, si nadie la tiene? Recuerdo a Su Excelencia dijo el notario, que en el orden del gobierno de Su Majestad Imperial no se puede pedir la palabra, y que es frase mal sonante: o hablar de pronto, o no hablar.
Si ha caído bajo tu dominio, lector amable, mi primer libro de TRADICIONES, habrás hecho conocimiento con el excelentísimo señor don Manuel Amat y Juniet, trigésimo primo virrey del Perú por su majestad Fernando VI. Ampliaremos hoy las noticias históricas que sobre él teníamos consignadas. La capitanía general de Chile fué, en el siglo pasado, un escalón para subir al virreinato.
Yo me acordaba de él y de cuando venía a casa; como que al verle entrar nos quedábamos todos turulatos y nos parecía que entraba por esa puerta la Divina Majestad... Pues como te digo, dejó de venir. En aquel tiempo conocí a Fenelón; fue mi novio y me pidió. Mamá tenía todavía ilusiones; papá se había curado de ellas.
Por lo que toca á la reina continuó el bufón , el negocio está perfectamente concluído; un paje ha muerto y se le ha enterrado... nadie ha sospechado... no asustemos á su majestad; sírvate esto para conocer á don Rodrigo Calderón y guardarte de él.
Palabra del Dia
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