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Actualizado: 10 de julio de 2025
Y yo también lo creo así dijo ; en cuanto á lo de no ver libremente á mi esposa... en esta parte piensa como yo el autor incógnito; pero prosigamos. Y el rey inclinó de nuevo la vista sobre la carta: «...es necesario que este estado concluya, pero ni lo conseguirá vuestra majestad de Lerma, ni tendrá bastante valor... ¡para hacerse respetar!»
Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de Can Mallorquí!...¿Le habría ocurrido algo al señor?...» Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. «¡Avant qui siga!» Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.
Nadie respetaba ni se acordaba siquiera de la majestad que estaba a su lado: se proferían los dicterios más soeces. Pero el presidente, aunque estuviese arrepentido, y debía de estarlo, a juzgar por la confusión que se reflejaba en su semblante, ya no podía revocar la orden; su dignidad se lo impedía.
¿Quién es usted? le dijo al francés, y el francés, callado, que no entendía. Pidiósele entonces el pasaporte. ¡Pues! francés dijo el padre... ¿Quién ha dado ese pasaporte? Su Majestad Luis Felipe, rey de los franceses. ¿Quién es ese rey? Nosotros no conocemos a la Francia, ni a ese don Luis. Por consiguiente, este papel no vale.
Estaba allí con la majestad de la diosa; era una Palas de la mitología septentrional, hermosa como el heroísmo, terrible como la guerra.
¡Ah! maldiga Dios las mujeres... pero como estoy seguro que ni frailes capuchinos son capaces de convencer á un enamorado como vos... ¿Y la reina...? Dios guarde á su majestad. Seamos nosotros la mano de Dios.
Solo vos, no podríais defenderos de la multitud de hombres de valía que acechan el favor de su majestad; con vos yo, falta á esos hombres un aliado, y vos tenéis en mí unos ojos que todo lo ven, unos oídos que todo lo oyen. Puesto que os tengo cogido... ¡Cogido!... Preso, y de tal modo, que no os podéis mover; voy á deciros las condiciones... ¡Vos, condiciones á mí!
-Pues, si acaso Su Majestad preguntare quién la hizo, diréisle que el Caballero de los Leones, que de aquí adelante quiero que en éste se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del Caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querían, o cuando les venía a cuento.
Yo me acuerdo de los tiempos de la Reina, de aquellos tiempos, hija, en que el pan estaba a doce cuartos las dos libras y en que había más religión, más aquel, más principios, en que los grandes eran grandes y los chicos chicos, y había más respeto a todo. Yo me acuerdo de aquel tiempo y me dan ganas de llorar. Aquello era ser Majestad, aquello era señoría y grandeza.
Parecía olvidar su frialdad al despedirse en Salerno, el cuidado que había tenido en ocultarle las señas de su domicilio. Ferragut tampoco se acordó de esto, gratamente conmovido por la amabilidad de la doctora. Se había sentado entre los dos, como si quisiera protegerles con toda la majestad de su persona y el afecto de sus ojos. Era una madre para su amiga.
Palabra del Dia
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