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Actualizado: 21 de junio de 2025
Siempre te veo el mismo bordado, tía Liette. ¿Haces acaso lo que Penélope? No, señor burlón, no es la misma; pero no varío ni el dibujo ni los colores, y de este modo me parece que no envejezco y creo que vas a jugar con los ovillos o a ayudarme a devanar las madejas. Y soy todavía muy capaz. Prueba. No, ahora eres demasiado alto. Puedo bajarme. Y se puso de rodillas con las manos extendidas.
Fortunata hacía que le ayudase a estirar la ropa o a devanar madejas, y él se prestaba a todo con sumisión; doña Lupe solía encargarle que le arreglase alguna cuenta, y con esto se entretenía, y nadie le tuviera por dañado en la parte más fina de la máquina humana.
Era sábado. Á la noche, luego que hubieron cenado, se puso á limpiar y frotar los utensilios de la cocina mientras su abuela devanaba en el argadillo algunas madejas de hilo y su abuelo componía una nasa de mimbre para pescar truchas en la presa del molino.
A fe, señor don Pablos, que si yo lo oyera, que yo le acordara de que tiene las espaldas en el aspa de San Andrés. Entonces, muy afligido el alcaide, respondió: ¡Ay, mujer, que callé porque dijo que en esa teníades vos dos o tres madejas! Que lo sucio no os lo dijo por lo puerco, sino por el no lo comer.
Eran ahora madejas horizontales que surcaban el estanque con elegancia. Parecían torpedos de proa cónica, llevando á la rastra la gruesa y larga cabellera de sus tentáculos. Su apetito excitado les hacía correr el agua en todos sentidos, buscando nuevas víctimas. Freya protestó. El guardián sólo les había arrojado cuerpos inanimados. Ella deseaba la lucha, el sacrificio, la muerte.
En estos días la arena no echa fuego, como en el verano; espejean los charcos dejados por la marea; el liquen de las rocas verdea más al sol; en los agujeros redondos formados por los mangos de cuchillo se escapan burbujas al pasar la ola; las algas negruzcas forman madejas semejantes a correas, y los fucus y las laminarias y las gelatinosas medusas brillan en el arenal.
Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado; las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí; las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego. Sonaba en el interior de las barracas el arrastre de la escoba, el chocar de la loza, todos los ruidos de la limpieza matinal.
Cerradas las maderas, se prepararon los cuatro a echarse a pechos la larguísima velada, que parecía un siglo, cuando no era conllevada de interesantes y variados entretenimientos. Doña Hermenegilda hacía media con ligereza suma. Aquella noche necesitó devanar madejas de hilo, y como no tenía devanadera, prestose, como otras veces, a suplirla el bendito Padre Zorraquín. Era hombre amabilísimo.
No habia mas que un pequeño círculo, y al clavarse en él la mágica mirada, el círculo se agita, se dilata, va extendiéndose como la aurora al levantarse el sol. Ved, no habia mas que una débil ráfaga luminosa, pocos instantes despues brilla el firmamento con inmensas madejas de plata y de oro, torrentes de fuego inundan la bóveda celeste, del oriente al ocaso, del aquilon al sud.
Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas, pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos fustes forrados de piel de elefante; entre los cactos sostenidos por soportes de hierro formando madejas de reptiles verdes erizados de púas; entre los nopales, altos como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el cuerpo de torre y una copa inmensa que parecía hecha para proteger la inmóvil meditación de los fakires; entre todas las vegetaciones de la América tropical y la América templada, de la China, Australia, Abisinia y El Cabo.
Palabra del Dia
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