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Actualizado: 21 de junio de 2025
Bettina no se acuesta ya. Comprende que le sería del todo imposible volverse a dormir. Pónese un peinador y permanece junto a la ventana, viendo caer la lluvia. Ya que debía partir, habría deseado que se fuera con buen tiempo, y que un claro sol iluminara su primera etapa. Hace un mes, cuando llegó a Longueval, Bettina no sabía lo que era una etapa.
La he visto mucho a la señorita Bettina desde que llegó a Longueval. ¡Pues bien! ahora reflexiono, antes no me asombraba, me parecía tan natural que se interesasen por ti, pero en fin, ella no hablaba sino de ti, siempre, siempre de ti. ¿De mí? Sí, y de tu padre y de tu madre.
A caballo no va escotada; tú no has visto sus hombros, y eso es lo que tiene que ver... No hay nada mejor en París, por el momento.» Y así me decidí a ir al baile... y vi los cabellos rubios de madama Scott, y admiré los blancos hombros de madama Scott... y espero que los volveré a ver cuando den bailes en Longueval. ¡Pablo! dijo la Condesa, señalando al cura.
Tú lo has dicho replicó Pablo... Y yo la conozco a madama Scott... y vamos a divertirnos en Longueval y te presentaré... Pero todo esto causa pena al señor cura... porque es una americana, una protestante. ¡Ah! es verdad, mi pobre padrino... En fin, de eso hablaremos mañana, que iré a comer con vos: ya se lo previne a Paulina.
Entretanto, muy conmovido, muy turbado, el abate Constantín introducía en el presbiterio a la nueva castellana de Longueval. En verdad, no era un palacio el presbiterio de Longueval.
El castillo de madama Scott tenía la puerta franca; las invitaciones no se recibían para una noche, sino para todas las noches, y Pablo, con entusiasmo, se encaminaba allí todas las noches. Su sueño se realizaba. ¡Hallaba a París en Longueval! Pero Pablo no era tonto ni fatuo.
Adoraba su aldea y todos los viejos testigos de su infancia que le hablaban de otros tiempos. Una cuadrilla en un salón le causaba invencible terror; mas todos los años, para la fiesta de Longueval, bailaba de buen grado con las aldeanas de la comarca.
El sacerdote corrió hacia él; pero ya estaba muerto, herido por una bala en la sien. Esa noche la aldea era nuestra, y al siguiente día se depositó en el cementerio de Villersexel el cuerpo del doctor Reynaud. Dos meses después, el abate Constantín traía a Longueval los restos de su amigo, y detrás del ataúd, a la salida de la iglesia, caminaba un huérfano. Juan había perdido también a su madre.
El abate Constantín se preparaba a tomar el camino de Longueval; pero Pablo al verlo pronto a partir, exclamó: ¡Oh! no, señor cura, no haréis a pie por segunda vez, con semejante calor, la travesía hasta Longueval; permitidme que os lleve en carruaje. Siento mucho veros tan triste, y procuraré distraeros. ¡Oh, por más santo que seáis, algunas veces os hago reír con mis locuras!
Por eso estaba tan alegre Bettina el 14 de junio, a mediodía, al subir al tren que debía conducirla a Longueval. Apenas se vio sola en el vagón con su hermana, exclamó: ¡Ah, cuán contenta estoy! Respiremos un poco. ¡Sola con vos durante diez días, qué suerte! pues los Norton y los Turner no vendrán hasta el 25, ¿no es así? Sí, el 25.
Palabra del Dia
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