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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Creo que del vientre de mi madre. Bueno será, pues, que renuncie a sus locas esperanzas. Señora, usted padece una equivocación. Yo sé lo que digo. Ruego a usted que se retire. Pero... si me permitiera usted que acabara de exponerle... Ruego a usted que se retire repitió con grave acento.
Tan grande era mi confianza en la bondad de Magdalena, que la idea de semejante confesión me parecía aún más natural en medio de las ideas locas o culpables que me asediaban.
Cortaron el soliloquio ladridos vehementes: era la jauría del marqués, que salía a recibir al montero mayor, haciendo locas demostraciones de regocijo, zarandeando los rabos mutilados y abriendo de una cuarta las fresquísimas bocas.
Esta irrevocable determinación mía bien os mostrará cuál sea mi pensamiento en esas locas esperanzas de coronas y de imperios.
La clara luna retrataba en su fondo ligeramente azulado las cabezas de las dos hermanas, con la cabellera suelta y vestidas de blanco, como tiples de ópera en el momento de volverse locas y cantar el aria final.
Era la india de buen natural y no se dejaba fácilmente trabucar el juicio con las necedades locas de los suyos, y mucho menos de la falsa aprensión de que el santo bautismo era tósigo para quitar la vida, conociendo á tantos españoles viejos, con canas, que habían sido bautizados; por eso de buena gana ofreció el niño al Padre; el cual, lleno de una generosa y humilde confianza en Dios, rogó á Su Majestad y le suplicó quitase aquel embarazo á la santa fé, pues no le costaría más que una insinuación de su voluntad; luego se volvió á San Francisco Xavier, pidiéndole que mirase con ojos de misericordia á aquella ciega gentilidad; y pues tanto procuraba la honra de Dios alcanzase de Su Majestad que aquel santo Sacramento no sólo sirviese para librar el alma de aquel inocente de la esclavitud del demonio, sino también para librarle de la enfermedad corporal; y ofreció en agradecimiento de aquel beneficio, que esperaba recibir, le llamaría Francisco Xavier.
Hay ahí un drama interesante, incluso para el público de los bulevares. Nada falta, ni el fiel servidor Eumeo, ni el pastor que hace traición a su amo, ni las criadas juiciosas, ni las criadas locas. El único defecto de esta historia es que siempre nos la han servido con una traducción llena de énfasis.
Manos adoradas, juguetonas, tiernas, como satinadas manos de muñeca; con la delicada pura transparencia que tienen las suaves hojas de gardenia... Manos adoradas, como dos inquietas diminutas brujas locas y traviesas, que lo mismo rompen todo lo que encuentran, que se unen pidiendo perdón, cuando pecan... ¡Que sean las dulces manos de mi nena, las que cierren mis ojos cuando yo me muera!
No podía mirarse a parte alguna sin sentir irritación en los ojos; la tierra quemaba; el viento ardía, como si todo Madrid estuviese en llamas; el polvo parecía incendiarse; paralizábanse lengua y garganta, y las moscas, locas de calor, revoloteaban por los labios del carretero o se pegaban al jadeante hocico de los animales en busca de frescura.
Nunca la muerte pasó sobre la tierra con disfraz tan hermoso. Desmelenadas y rugientes como locas, moviendo con furia sus brazos, aparecieron en la puerta de la barraca las dos infelices mujeres. Sus voces prolongábanse como un gemido interminable en la tranquila atmósfera de la vega, impregnada de dulce luz. ¡Fill meu!... ¡Anima mehua! gemían la pobre Teresa y su hija. ¡Hijo mío!... ¡Alma mía!
Palabra del Dia
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