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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Esperaba tranquila la muerte. «Tráeme rosas», decía sonriendo a Gabriel, como si en el último instante de su vida quisiera comulgar con la belleza natural de un mundo afeado y entenebrecido por los hombres. Y el compañero se mantenía de pan seco, impetraba el auxilio de los camaradas menos pobres que él, dormía al raso, para llevarla en la inmediata visita un ramo de flores.

PANTOJA. No es mi orgullo, como dicen, lo que se siente herido: es algo más delicado y profundo. Se me niega el consuelo, la gloria de dirigir a esa criatura y de llevarla por el camino del bien. Y me aflige más, que usted, tan afecta a mis ideas; usted, en quien yo veía una fiel amiga y una ferviente aliada, me abandone en la hora crítica. EVARISTA. Perdone usted, señor Don Salvador.

Pero yo averiguaré.... Veremos, Gabriel... pensaremos en ello. ¿Y los canónigos? ¿Y el cardenal? ¿No se opondrán a que la pobre muchacha vuelva a las Claverías? ¡Bah! La cosa ocurrió hace tiempo y pocos se acuerdan. Además, la muchacha podemos llevarla a un convento, para que esté recogidita y tranquila, sin escándalo de nadie. No; eso no, tía. Es un remedio cruel.

La buena señora manifestó que no eran ricos y que sus hijas no podían llevarla al matrimonio. Con esto el presbítero protestó de su intención al pronunciar aquella palabra, declarando que nada había más indiferente a insignificante en el matrimonio que el dinero. «Una niña virtuosa, inocente, piadosa, como su hija, era un tesoro inapreciable.

No; una concepción altísima y respetuosa del arte, la idea de que el poeta debe cuidar su obra hasta llevarla al grado de perfección que es dado alcanzar al hombre. Fallon confiesa que hay cuarteta que le ha costado meses; quería encerrar en cuatro versos una idea, y, o el ritmo la desfiguraba o el verso reventaba.

Tuvo por discreta la señal del conocimiento y juzgó por muy rica a la señora peregrina que tal cadena había dejado al huésped; y teniendo en pensamiento de sacar de aquella posada la hermosa muchacha cuando hubiese concertado un monasterio donde llevarla, por entonces se contentó de llevar sólo el pergamino, encargando al huésped que si acaso viniesen por Costanza, le avisase y diese noticia de quién era el que por ella venía, antes que le mostrase la cadena, que dejaba en su poder.

A la sazón, estaba «poniendo los puntos» a una morena muy agraciada, hija del sereno Maroto, que vendía pescado en la plaza y se llamaba Ramona, la misma a quien tal vez recuerde el lector que Periquito había dicho en la cazuela del teatro: «Ramona, te amo» con gran regocijo de Piscis y Pablo. Cuando llegó la hora de venir a la Nozaleda, se empeñó en llevarla a caballo delante de él.

Aquello del teatro..., salir del coro..., ser parte..., dos o tres duros..., los muebles... ¡Era cosa de volverse loca! ¿Y si todo fuera embustería de don Quintín, que tratase de llevarla a una indecente casa de citas por miedo a su mujer?

En la casa donde antes estuvo Severiana fue seducida por el amo, que la despidió brutalmente huyendo luego de Madrid, en cuanto supo las consecuencias de su pasajero capricho. La pobre muchacha tuvo una niña, y en vez de llevarla a la Inclusa, como algunas conocidas le aconsejaron, se la confió a una parienta que la cuidase, ofreciendo en cambio matarse a trabajar para pagar las mesadas.

¡Oh! exclamó la vieja . La Sra. Condesa y la Sra. Marquesa hacen mal en contrariar la decidida vocación de esta niña. ¡Por qué ese empeño de llevarla a Madrid, cuando ella quiere dejar las maldades y abominaciones del siglo! La pobrecita no quiere cuentas con nadie más que con su prometido Esposo, que es Nuestro Señor Jesucristo.

Palabra del Dia

hociquea

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