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Actualizado: 11 de junio de 2025
«¿Aquí no nos ve nadie?... preguntó receloso mirando a las paredes y a la puerta. Nadie. Porque si me guipan...». Y sacó del bolsillo un objeto cilíndrico, largo, como de media tercia, de dos pulgadas de diámetro. Era un canuto fuertemente liado con bramante. «¿Qué es eso? Un petardo. ¡Ah!, ¿eso que estalla? exclamó Isidora con espanto . ¡Y va a estallar aquí!...
Son sus ropas un manto rojo vinoso que, sin cubrirle, le sirve de fondo por la parte inferior, y un trapo azul liado a la cintura y sujeto por entre las piernas. Lleva en la cabeza morrión, y se ven a sus pies una rodela y una espada. Es un soldadote de aquellos que, cuando les faltaba la paga, se hacían capeadores en las ciudades o bandidos en el campo.
Detrás de los tres individuos que, montados en fuertes caballejos, parecían jefes de la partida, venía maniatado a la espalda un hombre, como de treinta años, de barba negra, muy moreno, con un pañuelo liado a la cabeza y mal arropado con un capote pardo de los que usa el personal subalterno de ferrocarriles. Era un telegrafista de la estación cercana. Es uno del tren. ¡No chistes!
¡Ay, ay! ¡Tan generoso y caritativo! y el que iba en el cajón había sido usurero nada menos. ¡Ay, ay! ¡Tan valiente y animoso! el infeliz había liado los bártulos por consecuencia del mal de espanto que le ocasionaron los duendes y las penas.
Y diciendo esto había desatado el papel de la china en que venía liado con un hilo, y se diría que quería comérsele á besos. Ven á leer esa carta dijo el Comendador, donde haya luz y donde no vengan á interrumpirnos. En el despacho no hay nadie y ahora acaban de encender el velón. Ven, que es ya de noche y aquí no verás.
La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos.
Estás muy guapito con tu pañuelo liado en la cabeza, la nariz colorada, los ojos como tomates... Búrlate; mejor. Eso me gusta... Ya te daría yo mi constipado. No, si no quiero más caramelos. Con tus caramelos me has puesto el cuerpo como una confitería. Mamá... ¿Qué? ¿Estaré bueno mañana? Por Dios, tengan compasión de mí, háganme llevadera esta vida. Estoy en un potro. Me carga el sudar.
Otro en su lugar se las hubiera liado con el seductor, pero él, que disculpaba la escapatoria por razones que se sabía, creía que demasiado duramente la había condenado, desoyendo los ruegos de Gregoria, que en varias cartas le había pedido fuera a verla. Limitóse, pues, a dar la referencia de la desgracia. Ella, muerta de pena y de vergüenza, preguntó entre sollozos: ¿Me recibirá si voy, Pablo?
Fue allá y la desató, empleando en ello bastante tiempo; la cuerda daba tantas vueltas alrededor de su pequeño cuerpo como si fuese un baúl liado. Mas al tiempo de levantarse la niña, no pudo. Sin duda hacía algunas horas que estaba en aquella dolorosa postura; los músculos, se habían anquilosado. ¡Arriba zancas! dijo bromeando, mientras la ayudaba a levantarse.
La persona del bravo catalán se componía de dos partes: su cuerpo atlético, liado en una americana de cuadros, y un bastón roten, cuyo puño, formado de un asta de ciervo, se encorvaba, ofreciendo a la mano todas las facilidades de adaptación, ya para apoyarse, ya para hacer el molinete, o bien para que el palo fuera una especie de batuta de la palabra.
Palabra del Dia
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