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Al entrar en el cuarto de Enrique, oyó gran ruido, como si trasteasen con los muebles; quedó altamente sorprendido al ver a su primo con sendas banderillas en las manos delante de una silla, levantándose sobre la punta de los pies en actitud de clavárselas.

Innecesarios son esta vez vuestros buenos oficios, Chandos, dijo levantándose. Estos valientes caballeros me son muy bien conocidos para necesitar introductor. Bienvenidos á mi ducado de Aquitania sean Sir León de Morel y Sir Oliver Butrón. No, amigos; doblad la rodilla ante el rey mi padre en Windsor; á dadme vuestras manos.

Al despertar, veía frente a el rostro pálido y dulce de su cuñada, con los ojos muy abiertos, mirando con fijeza al vacío. ¿En qué piensas, Huesitos? le preguntaba restregando los suyos. La joven salía de su éxtasis estremeciéndose, y sonreía bondadosamente. No lo yo misma... En nada. ¿No tienes algún quebradero de cabeza? le dijo una noche levantándose y cogiéndola afectuosamente la barba.

Ellos eran miles de cascos brillando al sol; miles de gruesas botas levantándose con mecánica rigidez todas á un tiempo; las trompetas cortas, los pífanos, los tamborcillos planos, conmoviendo el augusto silencio de la piedra; la marcha guerrera de Lohengrin sonando en las avenidas desiertas ante las casas cerradas.

Al decir esto, la miró desconsolado. Isidora sintió provocación de risa, pero se contuvo. «Nos iremos» dijo Bou levantándose con tanta pesadez, que parecía haberse hecho de bronce. Isidora iba delante, él detrás, Salieron y bajaron sin decirse nada. En la puerta de la calle, el desairado amante manifestó que se quedaría un rato más en casa de su hermana.

Entonces, levantándose con un dedo el labio enfermo, el viejo nos contó que, en efecto, desde su choza oyó aquel día, alrededor de las doce, un horrible crujido en las peñas. Como toda la isla estaba cubierta por el agua, no había podido salir, y sólo al siguiente día fue cuando, al abrir la puerta, pudo ver la costa llena de restos y cadáveres arrastrados hasta allí por el mar.

¡Y yo dijo el padre Aliaga, levantándose y extendiendo sus manos sobre el bufón, que al levantarse, al ver la acción del fraile, había quedado de rodillas : yo, ministro de Dios, te absuelvo de esa muerte en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu-Santo! ¡Amén! dijo con una profunda unción religiosa Felipe III.

¡Ah, desgraciado! exclamó la joven levantándose, y enjugando sus ojos; y tomándole violentamente las dos manos añadió con voz contenida: No sabe usted lo que hace, no, no lo sabe; no le diré que mate, sería demasiado decirle, pero usted me condena. Y soltándole con ímpetu las manos: Puede irse dijo , ¡adiós! El señor de Maurescamp salió.

¿Te sientes mal, de veras? replicó la niña abriendo mucho sus ojos azules sin conseguir que pareciesen inocentes. Un poco. ¿Quieres que avise? No; si lo que me hace daño son tus ojos. ¡Ah, vamos! exclamó ella riendo como si cayese entonces en la cuenta. ¡Entonces los cerraré! ¡Oh, no; no los cierres, por Dios! Si los cerrases, me pondría mucho peor. Entonces me iré dijo levantándose de la silla.