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Actualizado: 8 de julio de 2025


2 Y viéndolo los fariseos, le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado. 3 Y él les dijo: ¿No habéis leído qué hizo David, teniendo él hambre y los que con él estaban; 4 cómo entró en la Casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no le era lícito comer, ni a los que estaban con él, sino sólo a los sacerdotes?

¡Dios mío! exclamó el cocinero después de haber leído aquella carta. Es una prueba de traición á favor de la Inglaterra contra el duque. ¿No es verdad? Pues lee estotra. ¡Señor, señor! exclamó el cocinero después de haber leído aquella segunda carta. Aquí se prueba que Lerma roba al rey, ¿no es verdad? , .

Poco a poco, y por virtud del apartamiento a que su vida piadosa la obligaba, iban aflojándose en su alma los lazos terrenales. Principió por huir toda diversión y entretenimiento mundanos, como bailes, teatros y paseos, donde antes brillaba por su hermosura y elegancia, llegando al extremo de aborrecerlos. Abstúvose después de ciertos recreos lícitos como cantar y tocar música profana, jugar a los naipes, correr por la huerta, tomar parte en las tertulias de su casa. En su afán de mortificarse concluyó por no contemplar a menudo el paisaje desde las ventanas de su cuarto y privarse de aspirar el aroma de las flores y el perfume de las esencias. Todavía le quedó, no obstante, y por mucho tiempo el gusto de vestirse con elegancia, lo cual procedía de cierta reflexión que había leído en un libro devoto francés, aconsejando a las jóvenes que no descuidasen el aseo y afeite del cuerpo, pues Dios se complacía en verlas hermosas y saber que para

Era menester repetírmelo bien: este fresco romance de juventud, que perfumaba mi pensamiento, no podía tener sino un capítulo, ó más bien una página, y la había leído ya.

Las entrevistas de los dos se desarrollaron con arreglo á lo que ella había leído en las novelas amorosas que tienen por escenario á París. Iba en busca de Julio temiendo ser reconocida, trémula de emoción, escogiendo los trajes más sombríos, cubriéndose el rostro con un velo tupido, «el velo de adulterio», como decían sus amigas.

Mi distinguido amigo: He leído con la debida atención la novela de usted que tiene por título Cuestión de ambiente, y voy a decirle con franqueza el parecer que sobre ella me pide.

¿Y qué inconveniente ha de haber? Le diré a usted interrumpió don Cándido, tiene dada ya una comedia de costumbres. Con perdón de usted se apresuró a decir Tomasito, cuando la hice no había leído a Víctor Hugo: ni tenía los conocimientos que tengo en el día... ¡Ay! ya. Pues mi hijo dio esa comedia, y verá usted lo que sucedió a mi entender.

De decir que pocas obras he leído en que el interés profundo, la verdad de los caracteres y la viveza del lenguaje me hayan hecho olvidar tanto como en esta las dimensiones, terminando la lectura con el desconsuelo de no tener por delante otra derivación de los mismos sucesos y nueva salida o reencarnación de los propios personajes.

El niño de la banga de la izquierda, sacó acto continuo su canutito, se hizo lo mismo que con el anterior, y una vez leído el número, pasaron las papeletas á las agujas enhebrándose por el orden con que van saliendo, en un hilo los nombres, y en el otro los números, de modo que, de resultar la más ligera inexactitud en los cotejos, los hilos son los llamados á resolverla.

-Así fuera -respondió Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán, que me la trasladó del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta como aquélla.

Palabra del Dia

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