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Actualizado: 1 de julio de 2025


«El otro día dijo Mariano con timidez entre recelosa y salvaje me dio usted un latigazo. Niño, fue sin querer. Pues qué, ¿a un roío caballero como se le dan latigazos?... ¡Taco, y qué orgullo vas echando!... ¡Roer! Átame esa mosca. Por ahora no necesito de ti. Si algún día necesitas una roía peseta, vente acá. Si algún día no tienes qué comer, no faltará acá un roío pedazo de pan que darte.

Déjele V.; otra vez le veremos, dijo la que tocaba la guitarra. Ha de bailar ahora repitió D. Diego. Baila, Fadrique. Yo no bailo con casaca, respondió éste al cabo. Aquí fué Troya. D. Diego prescindió de las señoras y de todo. ¡Rebelde! ¡mal hijo! gritó: te enviaré á los Toribios: baila ó te desuello; y empezó á latigazos con D. Fadrique.

La señorita de la guitarra paró un instante la música; pero D. Diego la miró de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como quería hacer bailar á su hijo, y siguió tocando el bolero. Don Fadrique, después de recibir ocho ó diez latigazos, bailó lo mejor que supo.

Yo respeto todas las religiones, aunque no profeso ninguna.... ¿Qué dirá el mundo si sabe que yo vengo aquí... con una compañía de borrachos matriculados? Reconozco en el Palomo el derecho de arrojarme del templo a latigazos o a patadas.... Ya lo sabemos, hombre... pudo balbucear Foja . En resumen: don Pompeyo reconoce que él aquí representa lo mismo... que los perros en misa.

Uno de los grandes jefes había recibido de ella varios latigazos cierto día que osó algunos atrevimientos con la amazona. El mismo personaje golpeado acabó por arrepentirse, y á impulsos de la admiración, fué en adelante un protector de Martínez y de su esposa.

En verdad que esta mujer se ha portado como si estuviese poseída del enemigo malo; y poco faltó para decidirme á arrojar de su cuerpo á Satanás y á latigazos. El extranjero había entrado en la habitación con la tranquilidad característica de la profesión á que se decía pertenecer.

Es cuestión de organismo. El mío pide la variedad. A otros les basta la unidad... Entre el hondo pesar que le embargaba y aquellas palabras desvergonzadas que le herían como latigazos, el pobre Mario no podía disimular ya más. Su rostro se iba poniendo sombrío por momentos. Tanto que Romadonga, aunque no solía fijarse en el semblante de sus amigos, concluyó por preguntarle: ¿Qué tiene usted?

Estaban de buen humor y retozaban cambiando latigazos con los paños que tenían en la mano, corriendo en torno de la mesa y soltando sonoras carcajadas. La señora no podía escucharles porque estaba arriba. En esto apareció el loco en la puerta con una bandeja en la mano, la bandeja en que acostumbraba a transportar los mendrugos, como preciosa mercancía, a su habitación.

Amarilla, amarilla... ¡Naranjas, rediós! aulló el pillastre y dio un tirón al pañuelo, preparándose a emprenderla a latigazos con sus compañeros. ¡Que me arrancas el brazo, bruto, y que no es eso!... Los demás pilletes ya se habían puesto en salvo y corrían por la carretera y el Espolón. ¡Venir! ¡venir! que no es eso... gritó la madre.

El que lo encuentra corre detrás de los otros a latigazos hasta llegar a la madre. Este juego inocente daba ocasión a multitud de sabrosos incidentes entre aquellos jugadores todos malicia.

Palabra del Dia

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