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Actualizado: 5 de junio de 2025
Todos en un grupo, respirando el fresco de la noche, contemplando la luna que salía por la bóveda desgarrando jirones de nubes de forma caprichosa, cantaban a la vez o por turno y hablaban en voz baja, como respetando la majestad de la naturaleza dormida, con languidez del cuerpo y del alma. Don Víctor era más soñador que ninguno de los presentes.
He bajado como otras veces y aquí me tiene usted hasta que el sueño pueda más que la hermosura de la noche. Hablaba con languidez, abandonándose, con temblores de voz y estremecimientos del pecho, como si la angustiase aquel perfume, comprimiendo su poderosa vitalidad.
Estas palabras produjeron en Ricardo, a quien iban dirigidas, una impresión tan intensa, que pretendiendo disimularla, dijo dirigiéndose a Lorenzo: ¡Ché!... ¿Y los diarios?... ¿dónde los han puesto que no los veo? Están ahí arriba respondió Melchor, señalándolos, y agregó: ¿no les parece que sería bueno almorzar?... ¡Yo siento una languidez!...
Con el correr de los días, cuando hubieron llegado a la apasionada compenetración de sus almas, uno y otro se dijeron los pesares más íntimos. En los instantes de languidez Ramiro sentía pasar sobre su frente, a modo de ala espectral, la idea de la brevedad de todas las cosas humanas.
Creció su orgullo y aquella languidez señorial, imponente, que hacía morir de envidia y de rabia a las señoras y señoritas de la villa, quienes se vengaban de su desprecio llamándola, en sus horas de murmuración, «la princesa del Bacalao». La muerte de su madre, a quien todo el mundo había conocido en Sarrió artesana, «con pañuelo atado atrás», como allí se decía, contribuyó tanto como la gran cruz de su padre a elevar el nivel social de la familia, a aristocratizarla, por decirlo así.
Misas a centenares, funerales a toda orquesta, limosnas a porrillo, y lágrimas y lamentos que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el doctor don Rafael Pajares, quien, como médico de alguna fama, había sido llamado en los últimos días de la enfermedad del marido, lo que aumentó la languidez de éste y su desesperado desaliento.
Tu existencia está trazada y yo la veo desde aquí: irás hasta el fin, llevarás tu aventura tan lejos como se pueda ir sin cometer una infamia, acariciarás siempre la deliciosa idea de verte a dos dedos de una falta y evitarla. ¿Quieres que te lo diga todo?... Magdalena un día caerá en tus brazos pidiéndote gracia, tú tendrás la alegría sin igual de ver a una santa criatura desvanecerse de languidez a tus pies; tú la evitarás seguro estoy y con la muerte en el alma te alejarás y llorarás su pérdida durante años enteros.
Teresa miraba con su respeto de antigua criada a aquellas señoras, y sonreía con bondad estúpida cada vez que alguna de ellas se dignaba mirarla. Las dos viudas hablaban afectuosamente, y doña Manuela, a pesar de que estaba bastante bien de salud, expresábase con cierta languidez que a ella le parecía la última palabra del buen tono. Salgo poco, querida; el frío y la lluvia me matan.
De todos modos, a nadie se le oculta que las letras cuentan con pocos apasionados en España. La prensa periódica, en vez de difundirlas y alentarlas, contribuye no poco con su desvío a la tristeza y languidez en que vegetan. Pero como no existe en este mundo tan relativo nada absolutamente bueno o malo, pienso que hay en tal desvío algún motivo para regocijarse.
El día acababa y en algunas ocasiones era ya noche cerrada cuando la marea nos volvía a la costa y nos depositaba a pie llano sobre los guijarros de la playa. Nada podía ser más inocente para todos, y sin embargo, recuerdo hoy aquellas horas de pretendido reposo y de languidez, como las más bellas y acaso las más peligrosas de mi vida.
Palabra del Dia
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