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Actualizado: 27 de mayo de 2025


El batacazo era terrible: imposible levantarse. Antonio desapareció. ¿Y nada ha sabido usted de su hijo? dijo Yáñez, interesado por la lúgubre historia. ; a los cuatro días. Lo pescaron frente a Barcelona; salió envuelto en redes, hinchado y descompuesto... Usted ya adivinará lo demás.

En el aturdimiento de su gloria había olvidado que los de la banda estaban furiosos contra Ojeda, y a última hora, con la insolencia que da el vino, eran capaces de provocar una escena violenta. Hasta mañana; le contaré lo que ocurra... No tema que esta noche vaya, como las otras, a golpear el camarote misterioso. Eso se acabó... Por cierto que el hombre lúgubre no se ha dejado ver en todo el día.

Vio iniciarse un gesto de desagrado en la cara de su amigo por la imprudencia de tales palabras, y se apresuró a cambiar de conversación, fijándose en «el hombre lúgubre», que estaba a pocos pasos de ellos contemplando la ciudad. Mírelo... tan tranquilo, como quien no teme nada. Pero toda su calma debe ser pura comedia; por dentro quisiera yo verle.

Pero aparentemente esto no era bastante para lo que deseaba el viejo capitán, porque agregó un momento después con el mismo tono lúgubre: ¡el señor de Beauchêne ha muerto! Mi asombro se acrecentó ante esta instancia. Veía el pie de la señorita Margarita golpear el pavimento con impaciencia: me desesperé y tomando al azar la primera frase que me vino al pensamiento: ¿Y de qué ha muerto? dije.

Durante un momento las miradas de la multitud horrorizada se concentraron en el lúgubre milagro, mientras el ministro permanecía en pie con una expresión triunfante en el rostro, como la de un hombre que en medio de una crisis del más agudo dolor ha conseguido una victoria. Después cayó desplomado sobre el cadalso. Ester lo levantó parcialmente y le hizo reclinar la cabeza sobre su seno.

Otro aullido explotó, esta vez en el corredor central, delante de la puerta. Una finísima lluvia de escalofríos me bañó la médula hasta la cintura. No creo que haya nada más profundamente lúgubre que un aullido de perro rabioso a esa hora. Subía tras él la voz desesperada de mamá. ¡Federico! ¡Va a entrar en tu cuarto! ¡No salgas, mi Dios, no salgas! ¡Juana! ¡Dile a tu marido!...

El toque de plegarias, al par que avisa á los vivos recen por el alma de un muerto, convoca con su lúgubre tañir á todos los que fueron sus parientes.

Catalina Lefèvre podía tener unos sesenta años, pero se conservaba aún derecha y fuerte como si tuviera treinta; sus ojos de color gris perla y su nariz aguileña le daban cierto parecido con un ave de rapiña; sus enjutas mejillas y la comisura de sus labios, hundidos por la reflexión, tenían algo de lúgubre y doloroso.

A lo lejos, en el estrecho, rugía la tempestad, la tempestad; la llama de la hoguera inclinábase a uno y otro lado con las rachas de viento, y oía danzar a nuestra barca junto a las rocas, haciendo crujir las amarras. Una vieja embarcación de la Aduana, semicubierta, era la Emilia, de Porto-Vecchio, a bordo de la cual hice aquel viaje lúgubre a las islas Lavezzi.

que tronaba: iban a tener tempestad. Los dos hombres salieron al portal del cortijo. Por la parte de la sierra, el cielo estaba negro y las nubes corríanse como una cortina lúgubre entenebreciendo el campo. Aún no era media tarde y todos los objetos envolvíanse en la vaguedad difusa del anochecer.

Palabra del Dia

hociquea

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