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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Y diciendo y haciendo los agarró con mano crispada del brazo, y bajándolos de la silla los arrastró hasta el lavabo del gabinete contiguo, y quieras que no les metió la cabeza en una disolución de sublimado y les restregó los labios y las mejillas casi hasta hacerles brotar la sangre. Los niños protestaban con altos gritos de aquel lavatorio intempestivo y cruel.

De improviso sus ojos irradiaron un rápido fulgor vago y sombrío, atentos al Oriente se tornaron, y trémulos sus labios exclamaron, con acento á la par triste y bravío: ¡Ah! ¡en mi busca se acercan! ¡huye! ¡véte! ¿no escuchas el rumor vago y perdido que crece, que se acerca, que arremete, de la rauda carrera de un jinete y de feroces perros el ladrido?

Apenas si, en su excesiva timidez, se atrevió a aprisionar a su Dulcinea por el talle, y a besarle los labios con pasión. Esto bastó, sin embargo, para que lo comprendieran. Era la cocinera una persona capaz, que le llevaba a él siete u ocho años, y ya bastante ducha en las lides del amor. Ya me hago cargo le dijo ella; deseáis casaros conmigo.

Maximiliano estaba encantado, y no atreviéndose a desplegar los labios, daba su asentimiento con una sonrisa, sin quitar los extáticos ojos de aquel semblante que le parecía angelical. Y cuanto ella dijo lo oyó como si fuera una sarta de conceptos ingeniosísimos. «¡Si es un ángel!... No ha dicho ni una palabra malsonante... ¡Y qué metal de voz!

Al oir aquellos detalles el acusado se mordió los labios para disimular una sonrisa y varios religiosos se miraron de soslayo; otros tosieron á fin de no soltar la carcajada.

Así el semblante de los actores: sus facciones deben aspirar á poseer aquella movilidad que el autor lleva en el pensamiento; sus ojos, sus labios, su entrecejo, constituirán un libro de infinitos tomos, un «devenir» inacabable.

Cuando decía a usted el otro día durante nuestra navegación que desearía tomar mujer por elección de usted, declinó usted esa responsabilidad, pero al mismo tiempo creí comprender que un nombre estaba a punto de caer de sus labios... ¡Es posible! ¡Dígamelo! ¡Nunca! ¿Ni aun cuando yo rogara que tuviese usted a bien ofrecer mi mano a su amiga Beatriz? ¿De veras? murmuró la vizcondesa.

No se extinguió en los aires vuestra palabra amada; no faltan labios jóvenes que besen vuestra cruz; y la legión de apóstoles por vos fructificada no olvida al que en la noche cayó pidiendo luz. Luz para las conciencias, para las almas todas; luz para el ara triste del olvidado altar; que aquella vuestra lámpara que se apagó en las bodas iluminó, estallando, el alma popular.

Ante tan lúgubre cuadro, estremecíase ligeramente el cura y se iba a paso rápido y breve, sin dignarse responderme. Cuando su descontento llegaba al apogeo, me llamaba señorita de Lavalle. Este ceremonioso nombre era la más viva manifestación de su enojo, y yo sentía remordimientos hasta que le volvía a ver de nuevo con los cabellos al viento y la sonrisa en los labios.

Varias veces, al conversar con el príncipe, había tenido la verdad junto á sus labios, y siempre en el último momento la retiraba, por un escrúpulo de mujer que teme recordar sus años al hablar del pasado. Pero ¿á quién podía revelar su secreto mejor que á Miguel?... Lo consideraba como de su familia; la había recibido amigablemente en su desgracia, cuando tantos le volvían la espalda.

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