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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Ya anochecido subía con su cántaro lleno por la cuesta, que en aquel momento estaba sola. La tertulia de los poyetes solía, en primavera y en verano, durar hasta las ánimas, hora en que los tertulianos se retiraban para cenar y acostarse. Aquel día don Paco había estado haciendo esfuerzos o, como si dijéramos, gimnasia con su voluntad para no ir a la tertulia y ver a Juanita.
Juanita, además, sin que nadie la acompañase ni mirase por ella, había pasado de la niñez a la mocedad en medio de las calles y en trato y conversación con toda clase de personas. Nadie, sin embargo, se le había atrevido, porque ella sabía hacerse respetar, y ni las personas maldicientes habían formulado nunca contra ella una acusación fundada que pudiera, en manera alguna, deslustrar su decoro.
Juanita no lo hubiera cumplido aunque no hubiera amado ya a don Paco. La consolaba y la hechizaba tener aquella víctima constante y ver arder aquel corazón, cual perpetuo holocausto, en aras de su hermosura. Aun cuando ella no hubiese aceptado el sacrificio, se hubiese afligido mucho de que viniese doña Agustina y le robase el corazón sacrificado.
Juana la Larga es dichosísima al ver la felicidad de su hija y de su yerno; adora a sus nietecillos, los consiente, los mima y les ríe todas las gracias, hasta las más pesadas y olorosas. Para que se críen robustos, después que los ha amamantado Juanita, Juana los desteta con chorizos, longaniza y asadura de cerdo. Su actividad culinaria no decae, a pesar de su edad.
Señora replicó Antoñuelo , mire usted lo que dice y no se desvergüence conmigo, si no quiere que me olvide yo de que es mujer y le ponga las peras a cuarto o la emplume, como merece. Al oír esto Juana ya no contestó palabra, pero se precipitó sobre el que tan atrozmente la ofendía Juanita se interpuso entre su madre y el mozo, a fin de evitar la lucha.
De esta suerte se alegraba y se exaltaba el ánimo de doña Inés, corroborando la creencia que ella tenía en su virtud persuasiva y en su saber y talento, y haciéndole creer, además, que después de ella, aunque a muy razonable distancia, no había en todo Villalegre, salvo quizá el padre Anselmo, persona más talentosa y más sabia que Juanita.
Sí dijo Juanita; Carlos ha depositado en mis manos su fortuna. ¡Qué le resta, pues! replicó el anciano; lo que ha hecho Carlos está bien hecho. No quiero nada. Nada pido, sólo ruego al Cielo que devuelva a usted la salud.
Nosotras queremos mucho a usted, como buenas amigas; pero no le queremos tanto para que por usted nos sacrifiquemos; si seguimos recibiéndole nos tendrán por unas perdidas, y hasta serán capaces de echarnos del lugar. A Juanita le divierte mucho la conversación de usted; pero yo no quiero conversación que a nada conduce y que nos puede salir muy cara.
La vista y la conversación de Juanita me deleitaban, y por eso he estado yendo a casa de Juanita todas las noches. Soy mayor que tú en edad, saber y gobierno. Sé lo que me hago. No necesito de guía. No quiero ni debo aguantar tus sermones. Me basta con aguantar el que nos ha echado hoy el padre Anselmo, inocente tal vez, pero que tú y otras mujeres envidiosas habéis envenenado con vuestra malicia.
La verdad era que esto de ir al albercón y a la fuente, más que fatiga era recreo y solaz para Juanita, la cual divertía a las otras muchachas con sus agudos dichos y felices ocurrencias, las hacía reír a casquillo quitado y gozaba de popularidad y favor entre ellas. Era ya Juanita una guapa moza en toda la extensión de la palabra.
Palabra del Dia
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