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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Aflojó entonces Juanita el dogal que tenía echado al cuello del cacique, y le dijo: ¿Te rindes a discreción? ¿Te declaras vencido? Me declaro vencido; haz de lo que quieras. ¿Aprobarás y aplaudirás ahora que yo me case con don Paco, y serás en la boda su padrino? Aprobaré, aplaudiré y seré padrino en la boda.

Influía muchísimo en este aumento el recelo que Juanita tenía de perder a su desdeñado adorador, de que este acabase por sanar de su pasión desgraciada y de que al fin cediese a las insinuaciones o casi mandatos de su hija. Dice un precepto vulgar: «Lo que no quieras comer déjalo cocerPero apenas hay hembra que cumpla con tal precepto cuando se aplica a cosa de amores.

El alma de la joven, fácil de exaltar, concibió sin el menor trabajo el amor y la pena de Juanita; porque, para ella, Carlos había sido su ídolo, su dios.

Juanita siguió guardando silencio, sin decirle nada de lo ocurrido. Aquella noche estuvo Juanita inquieta y desvelada.

La madre, que estaba acostumbrada a los furores de Juanita, no había tenido muy dolorosa inquietud al verla furiosa; pero como Juanita era muy dura para llorar, y como su madre no le había visto verter una sola lágrima desde que ella tomaba, cuando niña, alguna que otra perrera, su llanto de entonces conmovió y afligió sobre manera a Juana.

Juanita, casada con él, le adora, le mima y le ha dado dos hermosísimos pimpollos: una niña, que se llama Juanita la Larga, tercera de este nombre y apellido, y que promete valer tanto como su madre, porque ya es muy linda, picotera y graciosa; y un Ricardito, como su abuelo materno, que es un diablejo, ágil, robusto y bullicioso, por lo que sus padres le destinan a que sea, también como su abuelo, oficial de Caballería.

Aguardó, pues, hasta el día siguiente, cuando su madre volviese ya de casa de don Andrés después de concluido su trabajo, a la hora en que había citado a don Paco, para que él también hablase a su madre y los tres se pusiesen de acuerdo. Entre tanto, Juanita creyó prudente y decoroso no ver a don Paco, y violentándose, le impuso la condición de que no la buscase ni tratase de verla.

Carlos había recibido varias cartas y parecía vivamente preocupado; a pesar de la reserva que me había impuesto, me atreví a interrogarle. »¡Ay! me dijo: ¡tiene usted razón, ha adivinado lo que pasa en mi alma; experimento un gran sentimiento! ¡Es necesario que la deje, Juanita! Que me ausente por un mes. Todo un mes sin verla, ¿comprende ahora mi dolor?

Juana la Larga fue declarada una largartona de primera fuerza; Juanita, una moza extraviada que estaba ya pervirtiendo y corrompiendo las buenas costumbres, y don Paco, un viejo chinadísimo, a quien hija y madre ponían en ridículo e iban a chupar cuanto poseía.

Pero lo más hermoso de Fortuna eran los ojos, en donde resplandecía la inteligencia, sobre todo cuando sentado sobre sus patas traseras miraba fijamente a Juanito como deseando adivinar sus pensamientos para ejecutarlos. Una tarde el abuelo y el nieto fueron a ver una viña rodeada de almendros que se había plantado la misma semana del nacimiento de Juanito y que en el pueblo llamaban La Juanita.

Palabra del Dia

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