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Y ahora nos iríamos a nuestro barrio cogiditos del brazo; no como vamos, sino más alegres, y mañana de buena mañana, al taller y yo a buscar a mi hombre a mediodía con la cestita llena, y comeríamos juntos en un banco de paseo o al borde de una acera... Y mi hombre, como es buen mozo, seguramente que gustaría a otras, y yo me pelearía con ellas y les arrancaría el moño... Di, ¿no me crees capaz de reñir por ti, para que no se te lleve otra?... Pero el mundo está mal arreglado. ¡Y pensar que estas pobres gentes tal vez nos envidien a nosotros!... ¡A ti, que te vas sin saber por qué ni para qué! ¡A , que seguramente voy a morir!... No hay justicia, Señor, ni pizca de justicia.

De una pequeña alacena sacó una vieja linterna herrumbrosa, y la encendió cuidadosamente, mientras nosotros dos la mirábamos llenos de interés y faltos de aliento. Después echó llave a la puerta y la aseguró con una barra de hierro, cerró los postigos de la ventana, y quedamos en tinieblas. ¿Iríamos a ver acaso alguna ilusión sobrenatural?

Seguramente iríamos a darnos cuenta al otro mundo, si no se repetía el caso de un maquinista que en esta misma vía y sabiendo que se había escapado un tren de pasajeros, lo esperó subido al depósito de agua de la estación en que se encontraba, «con licencia», y al pasar el tren se arrojó al ténder, en el que por la violencia del choque se rompió las dos piernas y así, arrastrándose penosamente, llegó hasta la palanca de la máquina, paró al tren y salvó la vida de todos los pasajeros.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos á Jerez, para que conociese á sus amigas y á sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darle un beso. No fué posible.

Ya se ve ... con estas ideas del día, ¡qué había usted de hacer! Es preciso perdonar dijo doña Paulita con una voz agridulce y atiplada, que parecía salir de lo profundo de un cepillo de iglesia. , perdonar; pero corregirse también indicó Salomé con el aplomo de un legislador. Si no, á dónde iríamos á parar; porque el perdón sin corrección produce peores efectos que el no perdonar.

Como comprendí su disgusto, por su aspecto de malhumor, le dije: No tenga usted cuidado, hoy mismo nos iremos. Lo celebraré me contestó , no por usted, sino por no ver al denunciador. Después de haberle prometido que nos iríamos en seguida, no comprendía bien su malhumor; pero, por lo que dijo Allen al día siguiente, me lo expliqué.

Si tuviéramos valor para ello, averiguariamos en dónde te entierran, y antes de volver á nuestro país, iriamos á despedirnos de tus cenizas. Mi mujer llora, y yo tengo el pecho oprimido. Juro que no he de partir de esta ciudad, sin escribir al estudiante de Estrasburgo, noticiándole la desgracia de una mujer que él no merecia.

Y si el respeto á la justicia no fuese la piedra angular de la sociedad iríamos á parar en la anarquía. Por eso es imposible admitir que la justicia se engañe. El litigante que sucumbe después de agotar todos los medios del procedimiento, tiene veinticuatro horas para maldecir á los jueces; después debe someterse.

¡Usted dice que los campos no están cultivados! continuó Isagani en otro tono, despues de una breve pausa; no entremos ahora á analizar el por qué, porque nos iríamos lejos; pero, usted, P. Fernandez, usted, profesor, usted, hombre de ciencia, usted quiere un pueblo de braceros, ¡de labradores! ¿Es para usted el labrador el estado perfecto á que puede llegar el hombre en su evolucion? ¿O es que quiere usted la ciencia para y el trabajo para los demás?

Todos tenemos en qué caernos muertos, señora. Si no ¿dónde iríamos a parar? Y el desinterés, sobre todo en esta época, es una virtud bastante rara. Ya que la quiere usted mucho. Cierto; la quiero; es una niña muy interesante. Y que la protege usted. Yo, señora, puedo proteger muy poco. Además, Inesita no necesita protección. La protegen su propia belleza y su alma incomparable.