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Actualizado: 2 de junio de 2025


Y corrió al rincón donde, como dijimos, había dejado la linterna sorda, vino hacia donde estaba el duque, y abriendo la linterna, inundó de luz su semblante. ¡El duque de Lerma! exclamó. ¡El duque de Lerma! exclamó un hombre que abría al mismo tiempo una puerta. Lerma arrancó la linterna de las manos de doña Ana, y miró á aquel hombre y retrocedió. ¡Mi hijo! exclamó con espanto.

Un agradecimiento infinito inundó mi corazón: me apoderé de esa mano que temblaba en la mía, y posé en ella larga y tiernamente mis labios. ¿Qué haces, hermanita, qué haces? dijo Marta con su voz cansada, ligeramente velada. Me levanté. La vi delante de , pálida, con las mejillas huecas, y los ojos, donde brillaban lágrimas, profundamente hundidos en las órbitas.

Pero apenas se hubo descubierto, la sangre inundó su rostro y cayó desvanecido. Pronto volverá en , dijo el noble después de examinarlo atentamente. He perdido hoy un valiente escudero y mal puedo perder otro. ¿Cuántas bajas hemos tenido, Simón? Nueve arqueros, siete marinos, once hombres de armas y vuestro escudero el joven señor de Roda. ¿Y el enemigo? Sólo queda con vida el jefe normando.

»Esta idea me hirió como un rayo: sentí la sacudida en el pecho, y una oleada de lágrimas inundó mis ojos: ¡el primer beneficio que me otorgaba el duelo implacable de aquel día! Porque no oyera Luz mis sollozos, intenté cerrar la puerta; pero notó su débil rechinar y volvió la cara. Por si me había visto, me resolví a entrar, dispuesta a todo. De cualquier manera, yo no podía vivir así.

La noche había tendido sus sombras sobre el inmenso piélago, y yo meditaba todavía, sentado cerca del timón del Thames. De repente un sudor frió me inundó la frente, haciéndome temblar.

A eso de las diez, Marta abrió de improviso sus grandes ojos azules y me dirigió una mirada llena de dulzura y de bondad. Me pareció que era el ojo de Dios que se volvía hacia , infeliz pecadora, y que en él leía la piedad y el perdón. Un gozo puro, un gozo santo, me inundó. Me arrojé en los brazos de mi hermana y escondí mi cara sobre su hombro.

Ahora ya sabes por qué no ha venido esta tarde á la romería. Si quieres ir á Canzana puedes hacerlo, y si á la Braña, lo mismo. De todos modos, los mozos de Entralgo estamos siempre para lo que gustes mandar. Quedó Nolo suspenso y acortado al escuchar estas palabras. Una gran tristeza inundó su corazón y empalidecieron sus mejillas. Apenas pudo murmurar las gracias.

Entonces Quevedo aplicó la luz de una bujía á aquella especie de pira que casi tocaba al techo, y luego otra bujía y luego otra; una llama viva y brillante apareció á los pocos momentos, y un humo denso y blanco inundó la cámara. Era inevitable un incendio. La cámara debía convertirse en pocos minutos en una hoguera.

Un delicioso y vago sentimiento de dicha y libertad, como el que tendría un pájaro al volar si estuviese dotado de alma, penetró en su corazón y lo inundó de alegría. Era también la primera vez que Pepe Castro le apretaba la cintura.

También él tuvo un momento la sensación fría del terror. La locura pasó por su imaginación como un mareo. «¡Si se le volviera loca!». Una ola de púrpura inundó el rostro del clérigo.

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