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Actualizado: 25 de junio de 2025


¡Bah! dijo Julio respondiendo a la acusación de Muñoz, yo te juro que esa actitud mía no era orgullo. Venía, simplemente, de cierto pesimismo, algo así como sintiendo la inutilidad de confesar nada... Me parecía que de todos modos lo realmente mío a ninguno de ustedes podría interesar. O más bien... me repugnaba mostrar las intimidades de mi espíritu.

Allá, en las intimidades secretas de su casa, cuando no había de trascender al público, escatimaba, regateaba, sustraía de una cuenta cualquier cantidad por insignificante que fuese; no tenía inconveniente en mentir descaradamente para escamotear a un comerciante algunas pesetas.

Cierto egregio personaje no tuvo noticia de las disputas histórico-filosóficas, pero la tuvo pronto de las intimidades y de los paseos. En su dignidad, jamás quiso darse por entendido ni mostrarse quejoso, pero desistió por completo de acudir y aun de pedir nuevas citas, dado que las antiguas hubiesen sido realidad y no invención o fábula de desocupados maldicientes.

Pude, por otra parte, convencerme por síntomas muy elocuentes, de que Juana rehusaba ya á Lea ciertas intimidades, y la rabia, la amargura y la rudeza de ésta se manifestaron con una increíble libertad. Si yo la hubiera ayudado un poco, creo que Lea se hubiera quejado á mi del abandono de su amiga.

Imagínese el cuerpo que usted adora, con el orgullo de la posesión, desnudo sobre una mesa; las blancas intimidades, sólo por usted conocidas, expuestas ante la insolencia juvenil; la epidermis arrancada de los músculos como el forro de un libro; las manos pasando de mesa en mesa; los pechos como unas piltrafas, nadando en un cubo; la cabeza a un lado, las piernas a otro... ¡No puedo, no puedo pensarlo!

Creo que las cosas se arreglarán de ese modo, y, realmente, puesto que la existencia de Elena no es ya un secreto para nadie, no veo por qué se ha de privar de la alegría de su presencia. Esto le obligará acaso a sacrificar algunas intimidades y a moderar el tono de las conversaciones. El buen gusto no perderá nada con ello. Máximo de Cosmes a su hermano 8 de agosto.

Por las mañanas lo mejor era no hacerle caso, aparentando sumisión a sus exigencias; por las noches no había más remedio que halagarle y mimarle un poco; que otra cosa habría sido cruel. Diferentes veces, en las intimidades con su cara mitad, Maximiliano había expresado esas tristezas tan comunes en los matrimonios que no tienen hijos.

El patio se había ido despoblando poco a poco. El muchacho se había callado y una guitarra también. Sólo la otra persistía murmurando suavemente una canción melancólica. La cigarrera no tuvo inconveniente en ponerme al tanto de sus intimidades domésticas. Se había casado por amor, contra la voluntad de sus padres.

A Bonis le había llegado a querer de veras, con un cariño que tenía algo de fraternal, que era a ratos lujuria y que se convertía en pasión de celosa cuando sospechaba que el tonto de Reyes podía cansarse de ella y querer a otra. Tiempo hacía que notaba en su queridísimo bobalicón despego disimulado, distracciones, cierta tendencia a huir de sus intimidades.

Pasaba del resplandor de la chimenea a los rincones de sombra, preocupada con estas rebuscas, mostrando, en su impúdica distracción, al agacharse y erguirse, las más recónditas intimidades. Cada vez que tornaba al círculo de luz, una nueva prenda cubría su cuerpo. Fernando la seguía con su vista desde el fondo del lecho, iluminada inferiormente de rojo y con el busto perdido en la penumbra.

Palabra del Dia

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