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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Ferragut la interrumpió. Tenía el ceño fruncido, como si le dominase una idea tenaz... Tal vez no la escuchaba. ¿Dónde está la doctora?... El tono de su pregunta fué inquietante. Cerró los puños, mirando en torno de él como si aguardase la aparición de la imponente dama. Su gesto era igual al que había acompañado la agresión contra Freya.

Por el camino, la anciana comenzó de nuevo a decir cosas insensatas; su hijo hacía gestos de impaciencia y miraba con mal humor los tristes campos, despojados por el otoño de su pompa. En consideración al carácter tranquilo de Pomerantzev, no se le cerraba nunca la puerta de la habitación. Durante todo aquel día inquietante anduvo de un lado para otro por la clínica.

Por la noche escondía la cabeza bajo las almohadas y las sábanas, de tal manera que se ahogaba; pero no se atrevía a sacarla, aunque la habitación estaba bien alumbrada y frente a la cama dormía una enfermera, a quien el doctor, en vista del estado inquietante de Petrov, había encargado de vigilarle toda la noche.

Cuando los apuestos guerreros de la Guardia hubieron dado fin á su infructuoso registro, los del gobierno municipal se retiraron con una expresión de ambigüedad inquietante. Que todo continúe aquí lo mismo dijo uno de ellos al profesor . Mañana veremos qué es lo que dispone el Consejo Ejecutivo. Este «mañana» inquietaba á Flimnap.

Los afluentes empezaban á aumentar su caudal con una prodigalidad inquietante. Llegaba la crecida que él venía anunciando desde meses antes en los ministerios para conseguir que se continuasen las obras si aún era tiempo. Recibió luego un telegrama de los mismos que le habían aconsejado la marcha á Buenos Aires.

La dueña de la casa invita á una bohemia inquietante para que aplauda sus versos, y la mezcla con gentes distinguidas que conoció en los salones. Algunos extranjeros van de buena fe, creyendo encontrar autores célebres, y sólo conocen fracasados viejos y ácidos.

Los ojos de corte oblicuo y el bigote ralo, de desmayados pelos, daban a su cara una expresión asiática; pero el brillo de las pupilas, revelador de una inteligencia despierta, dulcificaba el inquietante exotismo de su figura. Toda su persona denunciaba la miseria de una juventud que lucha desorientada, sin encontrar el camino.

En estos últimos tiempos, el eterno Cóndor de los tiempos ha estremecido de tal modo mi cielo hasta en sus alturas, agrandando el tumulto producido por el pasaje y la huida de los años, y tengo tan obstinadamente los ojos fijos en el inquietante horizonte, que no me queda tiempo para mis dulces ocios.

Veo que no me olvidas. No tiene importancia: llevo pantuflas. Con botas es más difícil volar. ¡Llama! dijo Pomerantzev . Vámonos volando a cualquier parte, ¿te parece? Porque, ya ves, me aburro aquí. ¡Me aburro tanto! Además, me duelen las piernas. ¡Bueno, volemos! aceptó San Nicolás. Y volaron. En el corredor, mal alumbrado, reinaba un silencio inquietante.

Se guardó el cigarro bajo la blusa, y el recuerdo de este compañero, que a aquellas horas vagaba seguramente muy lejos de allí, le hizo sonreír con una alegría feroz. El vino había animado a Plumitas. Era otra su cara. Los ojos tenían unos reflejos metálicos de luz inquietante. El rostro mofletudo contraíase con un rictus que parecía repeler su habitual aspecto de bondad.

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