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Actualizado: 11 de julio de 2025
El silencio de Pablo Hervieu tiene la expresión inquietante de una pregunta; callando, parece repetir lo que su mano escribió: «Haz que yo pase por todo aquello por donde tú pasaste...» El rasgo típico más seductor y más nuevo de todo el meritísimo edificio literario de Alfredo Capus es la indulgencia.
Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete de los que fabrican los herreros de la isla; el compañero inseparable de todo atlot ibicenco.
Negros adolescentes que servían de fogoneros en los buques avanzaban por las empinadas callejuelas con ojos de inquietante resplandor, como si preparasen un rapto en masa.
Empezaba á olvidarse, abismado en estos cálculos, de la difunta y de todo lo que le rodeaba, cuando un personaje inesperado le hizo volver á la realidad con su inquietante aparición. No estaba solo en el desierto. Vió al otro lado de la fila de piedras en forma de muro un perro enorme que gruñía, con la piel dorada cubierta de manchas de rojo obscuro.
Tenía un nombre poemático, célebre en los anales del amor. Elena era su bello nombre. Era alta, rítmica, flexible... En sus ojos garzos, hondos, de un hechizo inquietante, dormían las visiones de su vida encanallada, siempre unánimes y vergonzosas.
Algunas veces el recuerdo inquietante de Blanca, había turbado mi sueño; el mundo con sus pasiones y sus encuentros, habíame suspendido un momento en su vorágine, pero poco a poco la purísima imagen de Valentina volvía a levantarse delante de mis ojos como una cariñosa sombra que me llamaba, allá, al pasado, al dulce pasado de la adolescencia.
El maestro ruso, que era para Toledo un hombre antipático é inquietante, abandonó de pronto el palacio Lubimoff. Tal vez sentía celos de la influencia creciente del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían lejos de París. La princesa no experimentó ninguna pena con esta desaparición del sabio.
En esta espera inquietante, el arrepentimiento volvió á atormentarle. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué se había quedado?... Pero su carácter tenaz desechó inmediatamente las dudas del miedo. Estaba allí porque tenía el deber de guardar lo suyo. Además, ya era tarde para pensar en tales cosas. Le pareció de pronto que el silencio matinal se cortaba con un sordo rasgón de tela dura.
Una gran parte de dicho equipaje iba amontonado en el techo del vehículo, y al avanzar éste rechinando sobre los profundos relejes abiertos en el polvo, se inclinaba con un balanceo cómico ó inquietante, como si fuese á volcar. En la puerta del boliche se agolparon los hombres libres de trabajo, atraídos por tal novedad.
Y ese mismo poetín lo dijo muy bien el otro día en sus versos «A una niña muerta», era algo así como esto: las rosas del alma suben a las mejillas; las estrellas del alma, a la frente. Hay algo de tenebroso y de inquietante en esas frentes cubiertas.
Palabra del Dia
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