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Actualizado: 7 de junio de 2025
Figúrense el terror de aquella infortunada mula, cuando después de dar vueltas una hora a ciegas por una escalera de caracol y haber subido no sé cuántos peldaños, encontrose de pronto en una plataforma deslumbrante de luz, y a mil pies debajo de ella contempló todo un Aviñón fantástico: las barracas del mercado tan pequeñas como avellanas, los soldados del Papa delante de su cuartel como hormigas rojas, y allá abajo, sobre un hilillo de plata, un minúsculo puentecito, donde había bailes y más bailes... ¡Ah, pobre bestia! ¡Qué susto!
El viejo no podía admitirle en su casa. Entonces, ¿qué determinación debía tomar? ¿Adónde iba? ¿Volvería á Ateca? ¿Y Clara? Al acordarse de su infortunada compañera, los pensamientos del joven tomaron otro sesgo. La idea de los pesares de aquella infeliz, condenada á vivir con un ser tan antipático, principió á atormentarle.
El almirante nos ha dejado un retrato conmovedor de aquella raza infortunada, de su belleza, su bondad, su ilimitada confianza. Y con todo, el genovés ha de satisfacer su avaricia, sus rudos hábitos. Las guerras turcas, los atroces galeones y sus forzados, las ventas de seres humanos, era la vida común de aquellos tiempos.
Continúa después otro párrafo, también muy hermoso, todo lleno de respuestas de esta, clase, con unos ejemplos y unas comparaciones admirables por lo oportunas y la mucha erudición que revelan, y concluyo diciendo: ¿Quieres ¡oh, mi villa natal infortunada! romper tus cadenas, y ser grande y rica y bella?
Preguntad á la locura y os responderá inclemente: Yo, del dolor en la fuente, mato al alma infortunada: soy la sombra, soy la nada en un cadáver viviente. Y así Ataide.
Figúrate tú que el señor de Seligny es el padre de la infortunada de quien Adela recibió la vida. El matrimonio de Evrard y de Angélica estaba ya decidido, y, sin la infame perfidia de Maugis, esta familia viviría dichosa.
Vió la muchacha aquel objeto blanco, que al principio juzgó ser cosa menos delicada caída de las ramas del árbol, y tomándola, la estrujó entre sus dedos y la arrojó lejos de sí con indiferencia desdeñosa. Un rato después convocó á su rebaño y se fué. Mucho tardó nuestra infortunada viajera en volver de su desmayo.
Entónces la envidia destroza las reputaciones mas puras y esclarecidas, el rencor persigue inexorable, la venganza se goza en las convulsiones y congojas de la infortunada víctima, haciéndole agotar hasta las heces el dolor y la amargura.
He sostenido que no había nada más imperdonable, más antisocial, en toda la fuerza de la palabra, que las desuniones morales, y que eran extremadamente difíciles porque es raro que las almas nobles no se aproximen a sus semejantes, como dice Shakespeare, o que se dejen engañar tanto tiempo por los impostores para llegar hasta el momento de formar un nudo tan solemne, sin haber tenido la triste dicha de desengañarse; que lo que se llama un matrimonio equivocado, en la acepción general que se refiere solamente a la diferencia de posición social, no podía chocar más que el más absurdo, el más absurdo de los prejuicios; el que atribuye a una clase especial facultades especiales, o, mejor dicho, exclusivas; que como yo no sabía de nadie que se hubiese atrevido a decir que la virtud se probaba por títulos o se adquiría por privilegios, no veía por qué se había de prohibir a un hombre sensible y delicado el derecho de buscar la virtud donde se encuentre; que era una cosa atroz, en fuerza de ser ridícula, condenar a una mujer interesante, dotada de todas las cualidades y todas las gracias, a la desesperación de no pertenecer jamás al objeto amado, porque esta infortunada, a la que la naturaleza y la educación han concedido todos los dones, se veía privada por el azar de una circunstancia que no depende más que del azar; que si los grandes talentos imprimen a aquellos que los poseen un carácter incontestable de nobleza a los ojos del siglo y de la posteridad, el ejercicio privado de los deberes más difíciles de llenar de la religión y de la moral, aunque fuese un título menos brillante a los ojos del mundo, no era un título menos recomendable para las almas rectas y honradas; que, en consecuencia, yo nunca me atrevería a censurar una alianza del género de la que se hablaba, si podía encontrar en ella la feliz armonía de costumbres y de carácter, que es la única garantía de felicidad de los matrimonios y de la prosperidad de las familias.
Los pétreos cardos trepaban por las columnas que sostenían las cornisas, y sobre estas últimas campeaban tres grandes medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripción Dominus Carolus Imperator 1541, recuerdo de su paso por Mallorca para la infortunada expedición de Argel; los de los lados ostentando las armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de hombre.
Palabra del Dia
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