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Actualizado: 30 de junio de 2025
No es, en verdad, amor, ni merece tan santo nombre, lo que yo he sentido y conocido desde la bajeza impura en que nací hasta el día de hoy. Sólo es amor, cumplido y entero, el que yo columbré remotamente entre los brazos de Juan Maury, y que por mi indignidad o por mi desgracia no pude alcanzar nunca.
Sería una indignidad, una vergüenza de que él no es capaz. Y yo, necia, ciega, que no he comprendido hasta hoy lo peligroso y absurdo de mi conducta. ¿Quién sabe? Tal vez los maldicientes lo han entendido todo de la peor manera. Tal vez han mancillado mi honra y la de mi marido. Tal vez han tenido al cabo la crueldad de acusarme. Vamos, Paco; ya lo sabes todo. No me mates. Dame la carta. ¡Pronto!
D.ª Filomena es prima hermana del gobernador de Madrid, y por ahí viene la cosa... ¿Y qué diremos del señor obispo que, sabiendo los servicios que usted ha prestado a la religión en este pueblo, se presta a servir de juguete a una vieja verde? ¡Qué indignidad! ¿No le dije bien a tiempo que no se durmiera en las pajas?... ¡Ah, qué infamia tan grande! ¡Qué infamia! ¡Qué reteinfamia!
El feo se halla agraciado; el cobarde, humano y benigno; el tonto, lleno de candor y de inocencia; el afeminado, culto; el brutal e intratable, brioso y leal; el insolente, franco; el bajo y adulador, afable y bueno. Así también yo me engañaba. »A veces entreveía yo mi engaño, y me atormentaba la sospecha de mi indignidad.
Su elocuencia trocose en mutismo; su antigua arrogancia, en el más profundo convencimiento de la propia indignidad; su exaltado amor a la vida, en el desvío total de todo goce, de todo triunfo. ¿Hacia qué corredor lleno de celadas había enderezado sus pasos? ¿Qué escalera de maleficios habíase puesto a descender a la vejez?
Fue en vano. «Afortunadamente decía don Pompeyo Guimarán al referir el lance, afortunadamente estaba yo allí para evitar una indignidad». Don Santos había dado plenos poderes a su amigo don Pompeyo para rechazar en su nombre toda sugestión del fanatismo.
¡Jesús! ¡Está usted herido! exclamó el padre Gil, viendo correr algunas gotas de sangre por las mejillas de su compañero. Al mismo tiempo le levantó un poco el sombrero y vio que tenía un fuerte golpe en la frente, de donde partía la sangre. ¡Pero esto es una indignidad! Vamos a dar parte en seguida al juez...
Por lo visto, todavía se encuentra usted asistiendo a la primera representación de la comedia. Yo estoy en la segunda, y puedo decir anticipadamente lo que ha de suceder. De todos modos, D. Álvaro, me duele en el alma esta indignidad que con usted se ha cometido sin merecerla.
Por otra parte, en el estudio desapasionado de esa civilización que algunos nos ofrecen como único y absoluto modelo, hay razones no menos poderosas que las que se fundan en la indignidad y la inconveniencia de una renuncia a todo propósito de originalidad, para templar los entusiasmos de los que nos exigen su consagración idolátrica.
No diré que haga ninguna fullería, porque me parece incapaz de indignidad; pero víctimas, en el más alto sentido de la palabra, las hará. Es peligroso para los seres más débiles que él y que han nacido bajo la misma estrella. Cuando le pedí a Oliverio su juicio sobre Agustín, se limitó a responder: Siempre habrá en él algo de preceptor y algo de advenedizo.
Palabra del Dia
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