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Dejadme, pues, seguir libremente mi camino, no me pongáis embarazos, porque como vos sois el privado de Felipe III, quiero yo serlo de Felipe IV. Yo no puedo tomar parte en esa indignidad, yo no puedo permitirla; por el contrario, he venido aquí para cerciorarme en ella y evitarla.

El ruido que hizo la tapa al descender, el gemido armonioso del cuero, parecióle una voz irónica que le respondía: «Por eso, por eso mismo». «¡Será posible! murmuró el bueno del capellán . ¡Será posible que la abyección, que la indignidad, que la inmundicia misma del pecado atraiga, estimule, sea un aperitivo, como las guindillas rabiosas, para el paladar estragado de los esclavos del vicio!

Algún reparo podría ponerse, en buena lógica, a esta conclusión; pero la verdad es que entonces era legítima. que te quiero. ¡Más de lo que te figuras! ¡Mira que me figuro mucho!... Pues más aún...; pero el decirte semejante porquería es una indignidad que ese canalla me ha de pagar. Déjalo de mi cuenta, tonto. Vosotros no sabéis castigar esas cosas... Ya verás cómo yo tocarle en lo vivo.

Vuestra conciencia distinguida se alarmaría aún más si supieseis... ¡pero no me atrevo a decirlo!... ¡que me gustan mucho las cursis! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado mi indignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardo resignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalones anchos.

Porque, efectivamente, cambiada ya la disposición de su espíritu, Vérod acusaba a la muerta no solamente de debilidad sino de mentira y casi de indignidad.

Porque sabían bien el Ilustrísimo Señor Obispo Don Gil Múñoz, los Callares, los Fortezas, Galianas y los otros, que tan acreditados renombres, nada aventuraban su gloria por la indignidad de sus ahijados.

Para usted es una vileza lo que para sería un acto noble y generoso, propio de un imitador de Cristo. No nos entendemos en lo que se refiere a lo que es dignidad o indignidad... Lo siento por usted, padre repuso el mayorazgo, tendiéndole la mano. Y yo por usted, D. Álvaro. Buenas noches.

Se había recurrido a la pistola... y tampoco parecían pistolas a propósito. «Yo creo añadía Joaquinito, y Paco cree lo mismo, que esto es inverosímil y que Frígilis quiere dar largas al asunto a ver si convence a Mesía y lo hace marcharse de Vetusta». ¡Qué indignidad! gritó Foja. Pues ésa había sido la primera solución. Mesía se lo contó ce por be a Paco. Bueno, ¿y qué más?