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Actualizado: 18 de octubre de 2025
De todos modos, hoy, antes de las diez, recibirás y leerás este libro. Conclusión El Vizconde de Goivoformoso le leyó en efecto, sintiendo sucesivamente dudas, sorpresa, susto e indecible angustia. Tenía por Rafaela cuanta estimación, cuanta amistad y cuanto cariño puede tener un gentil caballero por una mujer fácil y alegre, aunque por otra parte de corazón noble y leal y de muy buena pasta.
El desgraciado se ha levantado de su banco, con el rostro rígido por una angustia indecible; de su pecho sale silbando una especie de estertor; da un salto desesperado y trepa a la mesa, y haciendo otro esfuerzo trata de huir por sobre las cabezas de sus vecinos. Es inútil; la mano de Martín lo sujeta. Quédate gruñe a su oído una voz sorda.
Al llegar a la puerta cambió de resolución y pasó de largo sin entrar. Subió a la primera fonda que tropezó, alquiló una habitación y volvió a salir. Su inquietud y dolor no menguaron por esto. Al contrario, la idea de que no tenía dinero para pagar el pupilaje le atormentó de modo indecible.
¿Reuma? exclamó Tirso, sonriendo bárbaramente. ¡Reuma! ¡No tiene Vd. mal reuma! Gota, y de la fina, es lo que tiene usted. El infeliz escuchó con indecible espanto la brutal revelación.
La certidumbre de que su hija estaba por morir llenó a la condesa de indecible desesperación, y al mismo tiempo la llenó de rabia; sin embargo, ya debía haber pensado en recurrir a algún expediente supremo porque me rogó que no dijera nada a nadie de aquello, y durante la tarde fingió dormir para combinar y madurar un proyecto tan hábil como criminal.
Hacia el poniente, en una callejuela entoldada, se aglomeraban, a la sombra, sobre el suelo, las vistosas mercaderías. Un anciano, vendedor de perfumes, aspiraba él mismo sus pomos, fingiendo indecible deleite para tentar a las mozas. Ramiro cruza aquel sitio y advierte algo más lejos un tumulto de curiosos que se agolpa junto a las carnicerías. Alguna gresca de matarifes, alguna muerte se dijo.
Lo más que recabó el joven marqués de su amada fue que le permitiese besarla en la frente de vez en cuando a título de hermano. Y no es necesario manifestar a los experimentados lectores que con este ayuno forzoso el amor del joven, lejos de mermarse, creció y se sobresaltó hasta lo indecible; porque deben suponerlo.
Juan, paralizado por indecible emoción, estaba absorto ante aquella revelación; luego tomó una mano del señor Aubry y la estrechó con fuerza, murmurando con voz ahogada: ¡Oh, gracias, mi querido señor! pero usted tiene razón; ni usted ni yo debemos influir... Juan, en su profunda turbación, no pudo terminar la frase.
Nos miró con un aire indecible de regocijo, nos hizo diferentes saludos con las manos y con la cabeza, pronunció palabras que no pudimos entender, y se metió dentro como un relámpago, dejando en nuestro balcon, no á dos criaturas, sino dos estátuas.
Aturdido hasta un grado indecible, pudo al cabo balbucir: Tiene usted razón... no había pensado... dispénseme usted... En cuanto cobre este mes le entregaré la parte que a usted le parezca... D.ª Carolina, perfectamente serena, sonriendo dulcemente, repuso poniéndole una mano sobre el hombro: Lo mejor será que me entregues todo el sueldo. Vosotros los jóvenes no conocéis el valor del dinero.
Palabra del Dia
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