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Actualizado: 12 de junio de 2025
Las barrancas de las dos orillas, cortadas y desnudas; la vegetacion mediana y sin elegancia; el sol ardiente que sufoca y devora; la regularidad del trayecto; las plagas infinitas de insectos voladores que hacen salir la sangre envenenada por cada picadura, y la increible multitud de enormes iguanas y lagartos que se arrastran por entre los tostados matorrales de las orillas, todo eso contribuye á entristecer al viajero durante las tres primeras horas de navegacion.
Yo la aplaudo, la honro, la venero tambien; yo saludo con entusiasmo esta solemnidad, producto increible de tantos conatos y tantos esfuerzos, mientras que deploro que una generacion más poética, más artística, más árabe, fluctúe todavía entre la degradacion del drama y de la ópera.
Es increíble el número de imprentas y librerías que hay en esa ciudad, al servicio de todas las lenguas, de todos los espíritus, de todas las formas literarias, de todos los partidos, de todas las manifestaciones de la vida intelectual de Europa.
No pudieron los Griegos contra soldados tan practicos y valientes, aunque con tanta desigualdad, salir con victoria. Dieron luego la vuelta hacia sus reales, donde pensaron rehacerse. Los que quedaron en su defensa, viendo su gente rota, salieron á detener al enemigo que con furia y rigor increible venia ejecutando su victoria.
La lógica inflexible del tío Leandro pesaba como una losa sobre todos los cerebros, particularmente sobre el del zagalón que tanto se había aventurado en su discurso. Pero haciendo al cabo terribles esfuerzos para levantar el enorme peso que le agobiaba, logró al fin proferir, dando a su fisonomía una impresión de increíble astucia: Me paece a mí, tío Leandro... Yo he visto...
Ella le había estrechado entonces contra su corazón con delirio, con fuerza increíble, como si quisiese incrustarle a él en el pecho todo lo que le amaba o quisiera incrustarse en el suyo propio aquella imagen tan querida; su frente ya arrugada descansaba en su hombro, y sus labios temblorosos le dijeron al oído: ¡Juan, hijo mío!... ¡Que seas buen cristiano y reces a la Virgen de Regla!... ¡Que te acuerdes de tu padre, que murió como un santo!... ¡Te lo digo, hijo, te lo digo; lo sé, lo sé, que no puede morir bien quien no vive como cristiano!...
Aunque Dechard tenía serenidad y valor, carecía del ímpetu y la osadía increíble de Henzar. También contaba yo con que, siendo Dechard el único entre ellos verdaderamente adicto al Duque, dejase solo a Bersonín guardando al Rey y se precipitase hacia el puente para tomar parte en la lucha al lado opuesto. Tal era mi plan, verdaderamente desesperado.
El caballero, poseído de viva indignación ante aquel grosero exabrupto le miró de los pies a la cabeza en silencio y al cabo dijo dando a su voz una increíble inflexión de desprecio: ¿Y usted quién es?
Las dos señoras aquellas salieron a la escalera pidiendo socorro. Gracias que las oficialas sujetaron a la fiera en el momento en que clavaba sus garras en el pelo de la víctima, que si no, allí da cuenta de ella. Sujetada por tantas manos, Fortunata hizo esfuerzos por desasirse y seguir la gresca; pero al fin el número, que no el valor, venció su increíble pujanza.
Los soldados y los remeros cuelgan las hamacas de los árboles, y las cubren con una grande sábana, que por ambos lados llega hasta el suelo, la cual sirve para defender de la lluvia, y mas principalmente les sirve para defenderse de los mosquitos, de los cuales hay en aquellos rios increible multitud.
Palabra del Dia
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