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Actualizado: 30 de abril de 2025


¡Miserable loco! exclamó, sin soltar á la doncella, que se debatía inútilmente. ¿Osas darme órdenes? ¡Sigue tu camino, aléjate á toda prisa, si no quieres que te arroje de aquí á puntapiés! ¡Largo, te digo! Esta buena moza ha venido á visitarme y no quiero que me deje tan pronto. ¿No es así? dijo soltando el talle de la joven y asiéndola por una muñeca.

El americano, después de tanto soñar, sentía hambre, un hambre sólo comparable á la que había sufrido cerca del puerto de la Ciudad-Paraíso de las Mujeres mientras esperaba inútilmente el envío de víveres prometido por la enamorada Flimnap. Pero la evocación de esta parte material de su ensueño sirvió para resucitar en su memoria la imagen de la dulce Popito y la escena de su muerte.

Con esto se le agrió el humor, y comenzó a desear con mucha fuerza salir de aquella vida troglodítica, hacerse valer más, y poner al alcance de la demanda la honesta oferta de los encantos, cada vez más exuberantes, de su hija Marta, por la cual iban también pasando los años, pero inútilmente, allá en los montes.

Inútilmente el senador le demostró la imposibilidad de este viaje. Se estaban batiendo todavía en la zona donde había caído Julio. Más adelante tal vez fuese posible la visita. «Quiero verle», insistió el viejo. Necesitaba contemplar la tumba del hijo antes de morir él á su vez.

Pues como decía, el día de la bomba, después de tocar inútilmente a la puerta del noble inglés, llevome el destino segunda vez a casa de la señora doña María, disponiéndose las cosas de modo que cuando me encaminaba a casa de dona Flora, tropezase con el señor D. Diego, el cual me habló así: ¿Vienes de casa de lord Gray? Dicen que está con la morriña. Nadie le ve por ninguna parte.

Después de haber errado en un círculo sin fin de sensaciones siempre nuevas, llegaría, solo, a la tumba y, lanzando una mirada apagada sobre la escena oscura y confusa del pasado, buscaría inútilmente una de las emociones de sus primeros años: lo habría olvidado todo, ¡todo! hasta el primer beso de su amada, hasta los cabellos blancos de su padre.

Era de una tonadillera conocida. Algunos meses antes la habían perseguido los dos, como rivales, pero inútilmente. Aquella generosa indiferencia de Muñoz sorprendió mucho; le creyeron atacado de neurastenia o de algo peor y le aconsejaron una temporada de campo. Y ahora sufría lo indecible.

La niña le dijo entonces al oído, que del otro lado del torrente, atravesado por una larga palanca, quedaba aún una cabaña donde pensaba que podía estar. Marcharon en aquella dirección, durante media hora de fatigosa caminata, pero inútilmente.

El músico se sentó ante el armónium, y durante largo rato hizo sonar el último lamento del genio, su queja dolorosa al transponer el umbral de la vida, no desesperada y temblona por el miedo a lo desconocido, sino de una melancolía varonil, que se sumerge en la eterna sombra con la confianza de que la nada roerá inútilmente su gloria.

A esto no llegó ni podía llegar la de Jáuregui, porque tenía ciertas delicadezas de índole y de educación que se sobreponían a sus enconos de usurera. Pero fueron juntas alguna vez a la casa de una infeliz viuda que les debía dinero, y después de apremiarla inútilmente para que les pagara, echaron miradas codiciosas hacia los muebles.

Palabra del Dia

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