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Al volver, como siguiese la orilla del riachuelo, arrodillóse en sus márgenes, empapó en el agua el pañuelo y humedeció sus ojos abrasados por lágrimas de fuego: dos horas más tarde la señora de Aymaret entraba radiante de alegría en las habitaciones de la huérfana.

En cambio le pareció que Alicia era distinta: más alta que nunca, más pálida, con unos ojos que de pronto le infundieron miedo. El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un cuerpo que parecía derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió contra su pecho un pecho jadeante; los brazos de ella eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida humedeció su cuello. ¡Miguel!... ¡Miguel! gemía Alicia.

551 aquel bravo compañero en mis brazos espiró; hombre que tanto sirvio, varon que fue tan prudente, por humano y por valiente en el desierto murió. 552 Y yo, con mis propias manos, yo mesmo lo sepulté; a Dios por su alma rogué de dolor el pecho lleno, y humedeció aquel terreno el llanto que redamé.

Estas exclamaciones le hicieron volver en . Se hizo dar agua, de la cual bebió ávidamente dos grandes tragos, se humedeció la frente y las sienes con el resto, e hizo señas a la ama de llaves para que se alejara. Y entonces, después de haber echado el cerrojo a la puerta, recogió la carta y se puso a leer con voz ahogada y temblorosa: *

Fabrice entonces, recogiendo el pañuelo de su mujer, que había caído a sus pies, lo empapó en el agua de una fuente próxima y humedeció a Beatriz las sienes y el rostro.

A las 5 a. m. mi vecina se levantó, humedeció una esponja diminuta, se refrescó la cara, sacó el reloj, consultó su itinerario, arregló sus maletas, y como yo hiciera mi aparición en ese momento, me tendió la mano, dándome un gracioso good morning. Cuando el tren se puso en marcha nuevamente, volvió la cabeza y me hizo un saludo con la mano. Me volví al vagón de mal humor.

Llamó, presentándose una doncella. A la señorita Beatriz, que venga. Aproximóse la baronesa a su tocador, humedeció su frente y mejillas, por la emoción enrojecidas, y volvió a sentarse, con una falsa sonrisa en los labios, cuando Beatriz entró. Señora...

¡Más de una hora! suspiró la joven inclinándose con un ademán lleno de gracia hacia el niño, cuya pura frente se humedeció con una perla que le hizo fruncir la bonita nariz como un gatito molestado por una mosca. ¡Qué hermoso es! Y cómo se parece a ti... Raúl se encogió de hombros irreverentemente. Palabra de honor, Juana, creo que estás loca.

Se puso después un poco de rojo en las mejillas y humedeció sus labios con agua de rosa. ¿Ves como estoy así más linda? No creas que tengo costumbre de pintarme; solamente me pinto cuando estoy demasiado pálida, como hoy, por una razón estética. No hago más que igualarme, igualar mi cara a la que tengo los demás días. Volviendo a José Luis, yo no pienso hacerle caso.

Y estos no tienen místicos perfumes Del balsámico aliento del Señor, Ni del artista los ligeros tintes, Ni el trazo fuerte del pensar creador. Son el aroma de las flores secas, Ecos errantes de cancion fugaz, Gotas amargas á la vez que dulces Con que el destino humedeció mi faz.