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Actualizado: 1 de octubre de 2025


Le cortaba con su navaja la cabellera y le daba por vestidos unos sacos, arrojándola en el rincón más obscuro, y allí permanecía sin que nadie le hablase, volviendo la espalda a la gente, temblando al oír una voz, hasta que, cansada de esta vida de abandono, si quedaba en ella un resto de voluntad, huía para perderse en los caminos.

Mi imaginación supo llenar los vacíos que en las noticias de los libros existían, describiendo interesantes y pintorescos pormenores, los accidentes de los combates en que me había hallado, los sitios, las personas, reconstruyéndolo todo con los vagos datos que tenía. Al mismo tiempo huía con cuidado de aquellos sucesos de más bulto, que mi hombre podía tal vez conocer bien.

En el camino huía de todas ellas como de un tropel de furias, y únicamente sentíase tranquila al verse dentro de la fábrica, un caserón antiguo cerca del Mercado, cuya fachada, pintada al fresco en el siglo XVIII, todavía conservaba entre desconchaduras y grietas ciertos grupos de piernas de color rosa y caras de perfil bronceado, restos de medallones y pinturas mitológicas.

Comprenderá usted que a los carabineros no les sobra la plata y una gorra cuesta cara. Pues bien, parece ser que al levantar un momento la cabeza nuestro hombre, vio, muy cerca de él, entre la bruma, un buque de alto bordo que huía a palo seco, sotaventeando las islas Lavezzi. Este buque marchaba con tanta velocidad, que el aduanero apenas tuvo tiempo de verlo bien.

Gran parte de la armada infiel había sido apresada, y el resto huía proa al Levante. ¡Victoria, victoria! sonaba por todas partes. Ya no se oía el estruendo formidable de la artillería. El humo se elevaba lentamente, y se disipaba en los aires. Doscientos veinticuatro bajeles perdieron los musulmanes.

La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose con un temblor de cólera. ¿Cómo podía ser él un obstáculo para su tranquilidad? ¿No acababa de decirle que sólo quería ser un compañero de su desgracia, olvidado del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al de la amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con más vehemencia el deseo de permanecer á su lado. ¿Por qué capricho absurdo huía de él?

Había conocido á Ulises cuando huía de las aulas para remar en el puerto, y él, por el mal estado de sus ojos, acababa de retirarse de la navegación de cabotaje, descendiendo á ser simple lanchero. Su gravedad y su corpulencia tenían algo de sacerdotal.

Guadalupe huía de la ostentación en los días ordinarios y se limitaba á llevar simplemente media docena de sortijas de brillantes, un reloj con pulsera de platino en una muñeca, otro igual en la muñeca opuesta y un tercer reloj más grande colgando del cuello.

Unas cosas leyó Leocadia con deseo de adivinarlas, otras con asco de entenderlas: hubo frases que cayeron sobre su pureza como cieno sobre nieve: luego, asustada, dejó el tomo y cerró el cajón, sintiendo al apartarse de allí una emoción intensa de pudor ofendido. La flor huía con asco de la babosa.

Charlaba la anciana, y yo, más atento a la joven que a la conversación de mi tía, me gozaba en los rubores de la doncella que, medio envuelta en el rebozo, huía de mis miradas como si hubiera cometido un delito.

Palabra del Dia

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