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Actualizado: 1 de octubre de 2025
El llegaba también. La noche huía, y con palidez tétrica la luz temblaba sus fulgores últimos envueltos en la agónica tristeza. Oye el reo anhelante... ¡Ya es el alba! ¡Son los soldados que a llevarle llegan! ¡Es la hora tenebrosa de la muerte...! ¡La muerte misma que fatal se acerca!
Algo nuevo había ocurrido en torno de él mientras con el pecho en el filo de la mesa y los ojos sobre los papeles huía lejos, muy lejos, acompañado en esta fuga ideal por el leve crujido de la pluma.
Y la pequeña expedición, que sólo iba a la descubierta, sin haber hecho preparativos de guerra, huía río abajo despavorida por esta tragedia. El duro Oviedo, historiador y hombre de combate, apenas se apiadaba del infortunio de Solís al hacer su relato. Le parecían naturales estas catástrofes siempre que se enviasen hombres de mar al descubrimiento de las nuevas tierras.
La niña de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huía verdaderamente, hizo un gesto de cólera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: ¡No se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto sólo ha sido para reir, lo mismo que otras veces.
Camila le respondió que le había parecido que Lotario la miraba un poco más desenvueltamente que cuando él estaba en casa; pero que ya estaba desengañada y creía que había sido imaginación suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas.
Su reserva y disimulo con Rosa produjeron al fin el resultado propuesto. Aquella fierecilla, cuando vio que no la hacían caso, empezó a domesticarse. Ya no huía cuando él llegaba, ni ponía la cara seria, ni se fingía distraída cuando hablaba. Pasado algún tiempo, concluyó por acogerle con la sonrisa benévola y respetuosa que los demás, y dirigirle la palabra, aunque pocas veces.
Era un muchacho con faldas; siempre lo había dicho Luis; por esto la huía, teniéndola mucho miedo; porque a pesar de su dulzura de gatita cariñosa y sumisa, acababa siempre por imponer su voluntad. ¡Señor! ¡Y qué educación dan en esos colegios franceses! Mira, Luis... pocas palabras. Te quiero, y vengo decidida a todo. Eres mi marido y contigo debo vivir.
En sus últimos tiempos, el notario llegó á sospechar que Ulises no iba á ser el jurisconsulto célebre que él había soñado. Huía de las clases, para pasar la mañana en el puerto ejercitándose en el remo. Si entraba en la Universidad, los bedeles le vigilaban, temiendo la largura de sus manos.
Escuchadme bien... Apenas se atrevía a mirarme. Me evitaba, me huía... Me tenía miedo. Evidentemente me tenía miedo. ¡Pues bien! ¿decidme, con franqueza, si soy como para inspirar miedo? No, ¿no es verdad? Seguramente, no. ¡Ah! pero no me tenía miedo a mí, sino a mi dinero ¡a mi horrible dinero!
Gallardo estaba en el club de la calle de las Sierpes. Huía de la casa, y muchos días, para evitar el encontrarse con su mujer, comía fuera, yendo con amigos a la venta de Eritaña. El Nacional, sentado en un diván, quedó con la cabeza baja y el sombrero entre las manos, no queriendo mirar a la esposa de su maestro. ¡Cómo se había desmejorado!
Palabra del Dia
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