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Actualizado: 16 de junio de 2025
Rosalía, gozosa de tratarse con doña Tula, con los Tellerías, con los Lantiguas, recibíalas con los brazos abiertos, y las obsequiaba con dulces, que se hacía traer previamente de la repostería de Palacio. «Jueguen, enreden, griten y alboroten, que a mí no me incomodan» les decía Bringas festivamente desde el hueco de la ventana, donde estaba sumergido en el piélago inmenso de sus pelos.
Una mujer da otra mujer: el corazón, por lleno que esté, siempre tiene un hueco para la hermosura y para el corazón de otra mujer... ¡diablo! ¡diablo! me parece que me hace pensar demasiado seriamente esta muchacha... será necesario enviarla cuanto antes y bien dotada á sus nobles padres, antes de que tengamos una historia, y acaso un remordimiento. Y el noble don Pedro abrió la puerta y salió.
De árbol á árbol se suspende un rústico andamio, formado de dos cañas paralelas, por las que cada veinticuatro horas recorre el mananguitero todas las cimeras de las palmas. El mananguitero lleva colgado á la cintura el cabuic, ó sea un cilindro hueco de madera, en el que vacía los jugos que encuentra en cada coco.
Por fin encontró una gran señal blanca, igual a la letra E que había grabada en la roca a un lado de la entrada del enorme peñasco, y puso en el suelo su linterna. No avancen un paso más exclamó. Entonces hizo salir de un hueco, donde parecía estar bien escondido, un largo y tosco puente, que consistía en un solo tablón, con débiles barandillas a ambos lados.
En el caso presente, en la venida de Amor, en nuestra descreída y viciosa edad de hierro, la mansión de Amor, su cuartel general, como si dijéramos, es el alma de una mujer casada. ¿Estará hueco y ufano su marido? Ya aquí el Conde no pudo contener y disimular su enojo.
En el comedor, la abuela hace admirar como una reliquia la inmensa y antigua tapicería que ocupa todo un ancho hueco: una historia de caza, en la que se adivina una historia de amor.
El odio a los franceses no era odio: era un fanatismo de que no he conocido después ningún ejemplo; un sentimiento que ocupaba los corazones por entero sin dejar hueco para otro alguno; de modo que el amar a los semejantes, el amarse a sí mismo, y hasta me atrevo a decir el amar a Dios, se adaptaban y sometían como fenómenos secundarios al gran aborrecimiento que inspiraban los verdugos del pueblo de Madrid.
Una tarde se había escapado por otro camino, pero no encontraba el mar. Había pasado junto a un molino; un perro le había cerrado el paso al atravesar el puente de la acequia, hecho con un tronco hueco de castaño; Ana se había echado sobre el tronco porque se mareaba viendo el agua blanca que ladraba debajo como el perro enfrente de ella.
Jacinta se inclinó para oír mejor. El miiii sonaba ya tan profundo que apenas se percibía. «Sácalos» dijo la dama con voz de autoridad indiscutible. Deogracias se volvió a poner en cuatro pies, se arremangó el brazo y lo metió por aquel hueco. Jacinta no podía advertir en su rostro la expresión de incredulidad, casi de burla.
Daba un sonsonete de autoridad a sus palabras, medíalas mucho, tomaba el café con más pausa que de costumbre, y a cada momento echaba una frasecilla de protección. «Pero amigo Montes, no hay que apurarse... ya veremos, ya veremos si se te puede meter en algún hueco... D. Basilio me tiene que dar unos datos que necesito sobre la recaudación de la provincia de X... Oiga usted, Relimpio, no se dé prisa a presentar la memoria, porque esta situación dura.
Palabra del Dia
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