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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Aunque, según las cosas que contaba una criada que quedó en casa, yo desconfié de su prisión, porque me dijo no qué de volar, y otras cosas que no me sonaron bien. Estuve en la casa curándome ocho días, y apenas podía salir; diéronme doce puntos en la cara, y hube de ponerme muletas.

Lo cierto fue que, desazonado y nervioso con la batalla de mis preocupaciones a oscuras, encendí la luz, y que no bien la hube encendido, me acordé de los papeles que mi tío me había dado en su cuarto al despedirnos, y había guardado yo después en un cajón de la cómoda. Buen recurso me dije , para sobrellevar estas largas horas de insomnio.

Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave que debajo de las pajas tenía, y parecióme lo más seguro metella de noche en la boca.

Mi primer viaje por ferrocarril: ¡lo que hube de gozar!... En León doblábamos el rumbo y cambiábamos a un tren directo hasta Pilares, que partía de allí mismo. Era en las postrimerías del mes de abril, después de unos días tormentosos, y se decía si en el puerto que hay entre León y Pilares estaba interceptada la vía, hacia la estación de Busdongo, a causa de la nieve.

Desengañado y hambriento, hube de consagrar en Toledo todo mi culto gastronómico á las ricas naranjas valencianas y el atrevido Valdepeñas. Apesar de algunas impresiones desagradables, Toledo me habia complacido mucho por sus enseñanzas de carácter social, no ménos que por sus monumentos.

Este acontecimiento me ha causado un gran pesar, porque me he reprochado mi negligencia en ir a visitarle durante sus últimos momentos. Ciertamente que yo lo creía ya curado; pero no hube de fiarme en su aparente mejoría y debí tener en cuenta lo avanzado de su edad. Mi obligación era haberme ocupado con mayor solicitud del pobre anciano.

¡Treinta y nueve! ¡gané!... ¡Vengan los monacos!... ¿Quién quiere jugar conmigo todavía? ¿, Jorge? ¡Vamos de una vez! Entonces me fui. Cuando, con la mesura del caso, hube informado a las damas de la casa, ellas se contentaron con mirarse una a la otra, en silencio; luego bajaron por la escalera de servicio al patio, donde nos esperaba ya el carruaje.

Cuando hube permanecido en aquel agujero el tiempo suficiente para lavarme y limpiar la ropa, salí como los grillos a tomar el sol acompañado del patrón, que tuvo la amabilidad de llevarme al paraje donde las aguas salutíferas manaban.

No bien hube terminado mi frase, el cura enjugando su rostro, sobre el que gruesas gotas de sudor corrían, echose hacia atrás en su sillón y con ambas manos sobre el vientre, se entregó a una homérica risa, que duró tanto, que me hizo saltar lágrimas de contrariedad y de despecho.

"Yo era muy amigo de su papá le dijo persona muy distinguida, por cierto, y cuando murió hube de hablar en su entierro". Esto no era verdad, lo decía de puro amable. El jovencito, naturalmente, se sorprendió. "Señor, mi padre no murió aquí, sino en Montevideo", "Ah, tiene usted razón, contestó el ministro en Montevideo, , lo recuerdo muy bien, por eso no hablé".

Palabra del Dia

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