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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Cuando el sol comenzó a declinar, no contento con espiar por las rejas de mi ventana, salime al portal, y desde allí, enfilando la calle, me sacaba los ojos por si atisbaba a la cigarrera. Nada. Aquella tarde hube de retirarme triste y cabizbajo. Al otro día lo mismo; al otro igual. Ya iba perdiendo la esperanza.
»Dejome hablar sin interrumpirme, y cuando hube terminado, sacó de su bolsillo una carta que me entregó, diciéndome: »No hable usted de este escrito a nadie en el mundo... ni aun a mí. »La letra era de la mano de la Reina, y he aquí el contenido de la carta: * «Nadie más que usted, Carlos, ama al Rey mi esposo: no hay servidor más fiel, ni consejero más inteligente.
Madre dijo él acercándose hasta tocarla, cuando te hube confesado todo, ¿no te dirigiste a su conciencia? ¿No le predicaste que, si me amaba verdaderamente, debía renunciar a mí, porque hacía mi desgracia, y sabe Dios cuántas otras cosas? Madre ¿no has hecho eso?
Yo no sé lo que contesté a esto. Hube de contestar alguna sandez, porque estaba turbado; y ni quería hacer un cumplimiento a Pepita, diciendo galanterías profanas, ni quería tampoco contestar de un modo grosero.
Pero, ¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo, entre otras infinitas cosas y maravillas que me mostró Montesinos, las cuales despacio y a sus tiempos te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras; y, apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hablamos a la salida del Toboso?
Vile, a través de mis lágrimas, alejarse a toda prisa y ponerse el sombrero, prueba irrecusable de que se encontraba su ánimo no solamente en la más violenta agitación, sino completamente trastornado. Luego que hube sollozado unos diez minutos, juzgué a propósito seguir el consejo de Petrilla, que me repetía en todos los tonos: Es preciso ser razonable, señorita, es preciso ser razonable.
Por lo demás, yo acribillé á preguntas al portero del Colegio del Arzobispo, el cual se sirvió contarme muchas cosas relativas á los escolares irlandeses. Luego que hube examinado bien al portero, pasamos á la mencionada Iglesia contigua, llamada también del Arzobispo.
Olvidábaseme decir que no sólo en el patio, sino en todo el tránsito que había recorrido, en los rincones de la sala y hasta en el medio de ella, se veían tiestos con flores. Luego que hube examinado todo lo que allí había, acerqué la nariz a estas flores, claveles, alelíes, rosas, y me pasé algunos segundos tratando de embriagarme con su perfume para calmar la inquietud que me atormentaba.
Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme un vaso con agua, y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón.
A mi amo apadrináronle unos colegiales conocidos de su padre y entró en su general, pero yo, que había de entrar en otro diferente y fui solo, comencé a temblar. Entré en el patio, y no hube metido bien un pie, cuando me encararon y comenzaron a decir: «¡Nuevo!». Yo por disimular di en reír, como que no hacía caso; mas no bastó, porque llegándose a mí ocho o nueve, comenzaron a reírse.
Palabra del Dia
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